distancia y cuando se llegaba al contacto físico predominaban las heridas producidas por arma blanca. Si se producía un bombardeo las lesiones eran traumáticas y quemaduras graves. Los disparos y las granadas a corta distancia daban lugar a heridas muy graves con gran destrozo de tejidos e incluso amputaciones de miembros 2.
A finales de julio de 1808 los franceses iniciaron un bombardeo cuyo objetivo era destruir el Hospital de Nuestra Señora de Gracia para desmoralizar a los Zaragozanos. Los destrozos que se produjeron en el mismo obligaron a evacuar a los pacientes. Primero se dio licencia a los que podían caminar sin ayuda; a continuación aquellos que no podían valerse por sí mismos fueron bajados a la iglesia y se colocaron las camas en las capillas, pero como el edificio empezó a ceder, el intendente Calvo de Rozas dio orden de evacuar totalmente el hospital y ser reubicados. Los hombres fueron acomodados en la Real Audiencia y las mujeres en la Lonja. El resto de los pacientes que no cabían en los edificios públicos fueron evacuados a casas particulares. Los hospitales se mantuvieron gracias a donaciones, casi siempre pequeñas pero que eran de gran utilidad tras haber perdido todo en los combates. El 14 de agosto el ejército francés se retiró debido a la derrota en la batalla de Bailén 2.
Otras de las preocupaciones de los médicos era la mala higiene que presentaba la ciudad, por lo que se adoptaron una serie de medidas para mejorarla, como inhumar los cadáveres insepultos para evitar que la putrefacción diera lugar a una epidemia. Destacaba la falta de limpieza de las casas. El personal que trabajaba en el hospital también se encontraba en una difícil situación, habían perdido sus bienes y atravesaban dificultades económicas, ya que hasta ahora habían disfrutado de exenciones fiscales pero a consecuencia de la guerra fueron incluidos en las contribuciones extraordinarias, además de ver disminuido su sueldo
Otra medida indispensable de carácter organizativo fue la de crear una verdadera Junta de Sanidad, presidida por el General Palafox y compuesta por el Teniente General Juan Butler como vicepresidente y nueve vocales más designados entre militares, clero y laicos 4.
El 20 de diciembre los franceses atacan de nuevo Zaragoza produciendo los primeros heridos. Se designó como directo del Hospital General al Protomédico del Ejército Ramón Valero Español y como segundo a Joaquín de Mur, quedando la sanidad militarizada. En los hospitales ya no había camas libres porque estaban llenos de pacientes con fiebres. Se habilitó el convento de San Ildefonso, transformándolo en Hospital Militar de Sangre donde se aisló a estos enfermos, ya que los facultativos pensaron que podía deberse a una epidemia, la “epidemia de calenturas pútridas”. Este hospital acabaría siendo fijo y denominado Hospital Militar de San Ildefonso que estaría en funcionamiento durante 150 años hasta la construcción del Hospital General de la Defensa en Casablanca 2.
SEGUNDO SITIO:
La asistencia sanitaria que se organizó de cara al Segundo Sitio fue mejor que la del Primero por la experiencia previa. Se estableció también en escalones: en primera línea se contó con los cirujanos destacados y para las evacuaciones se contó con voluntarios civiles. Como último escalón sanitario se dispusieron los hospitales de la Misericordia, San Ildefonso y Convalecientes. Se volvieron a organizar los “aparatos de Cirugía” en las zonas de combate. A medida que fue avanzando el Sitio se adoptaron nuevas medidas, como en la Orden del Día del 13 al 14 de enero de 1809, que se decretó que todos los cirujanos debían de presentarse al cirujano mayor del Ejército, indicio de que había carencia de cirujanos militares 2.
A pesar de todo lo que estaba ocurriendo, la administración del hospital no se paró en ningún momento, se abrieron nuevos libros para todas las actividades ya que la mayoría se habían perdido en el bombardeo. Se clasificaba a los pacientes desde la oficina del Hospital de Convalecientes, de forma que todos debían pasar por ella y desde allí se les ingresaba en el hospital oportuno acompañados de dos soldados destinados a ello. Si era un enfermo lo derivaba al hospital de la Misericordia, si era herido iba a San Ildefonso y si era civil se quedaba en el de Convalecientes. Pero como consecuencia de la epidemia hubo que prescindir de la clasificación y colocar a los enfermos donde podían, y una vez agotado el espacio se les dejaba a su suerte. Uno de los principales problemas al que tuvo que enfrentarse la ciudad fue la epidemia de tifus en el invierno de 1808, que dio lugar a tal cantidad de víctimas que fue la causante de la rendición de Zaragoza 4.
Una de las carencias más importantes en los hospitales eran las de los elementos de cura, tal y como queda recogido en la carta de Pedro Velas al cirujano mayor Salvador Bonor. También se explica en esta carta cómo los cirujanos y practicantes utilizaban vendajes lavados y reutilizados varias veces en las curas. Pero durante los combates del Segundo Sitio no había tiempo de lavar los vendajes diariamente lo que fue una suerte para los heridos ya que las infecciones de las heridas disminuyeron. Se sabe gracias a esta carta que los vendajes usados se tiraban en un rincón de la sala. Poco a poco se fueron quedando sin material de curas, por lo que se dependió de los vecinos que ayudaban fabricando vendajes y aportando lo poco que tenían. La asistencia sanitaria de los militares franceses no fue mucho mejor, padeciendo incluso problemas digestivos y procesos febriles a nivel colectivo. Los soldados que fueron ingresados en Alagón recibieron una asistencia parecida a la antes nombrada en los hospitales de la ciudad, incluso con tal carencia de camas que tenían que compartir una entre dos pacientes 2.
Finalmente la ciudad se rindió el 21 de febrero de 1809 con muy pocas personas con las que combatir, en parte por la epidemia de tifus exantémico.
MUJERES EN LOS SITIOS:
Muchas fueron las mujeres que defendieron la ciudad de Zaragoza en Los Sitios, algunas famosas y otras menos conocidas pero todas igualmente heroínas, entre ellas: María Rosa Rafols (Madre Rafols), Mª de la Consolación de Azlor y Villavicencio (Condesa de Bureta), Mª Manuela de Pignatelli y Gonzaga (Duquesa de Villahermosa), Manuela Sancho, María Agustín, Casta Álvarez, Agustina Zaragoza (Agustina de Aragón), María Lostal, Josefa Amar y Borbón 5. Cabe destacar a la Madre Rafols y a la Condesa de Bureta, quienes hicieron las veces de enfermeras.
María Rafols llega a Zaragoza el 28 de diciembre de 1804 con un grupo de doce hermanas y doce hermanos procedentes del hospital de la Santa Cruz de Barcelona para servir a los enfermos del Hospital de Nuestra Señora de Gracia. Durante Los Sitios ayudarían a enfermos y pobres, recogiendo heridos e incluso pasando hasta el territorio enemigo durante el Segundo Sitio para pedirle al General Lannes alimentos y curas para sus enfermos. El General Lannes era del Ejército de Napoleón, con quien mantenía una estrecha amistad, y que fue encargado por éste directamente de conquistar la ciudad de Zaragoza en 1809. Existe una anécdota que cuenta que Lannes se refirió a los Sitios de Zaragoza como: “¡Qué guerra! ¡Verse obligado a matar a gente tan valiente, aunque estén