general.
Sin embargo, el 2% fue afectado por depresión, un valor muy inferior al encontrado en la población general. Lo mismo ocurrió con el trastorno de estrés postraumático que en este grupo de profesionales fue del 1,2%. Estos datos indican que el personal de emergencia, los cuales suelen ser personas entrenadas y con experiencia, si bien no pueden evitar las reacciones psicológicas peritraumáticas adversas debido al alto grado de exposición en una catástrofe, sí son capaces evitar la cronificación de dichas reacciones. En contraposición, se observa un aumento de conductas nocivas como vía de afrontamiento al estrés no saludable, siendo los componentes de los equipos de primera intervención los que más incrementaron el consumo de tabaco (29,7% frente al 10,7 de la población general) y alcohol (13,9% frente al 1,9% en la población general).
Podemos ver también un trastorno presente entre los profesionales de salud mental que atienden no sólo a las víctimas de las catástrofes, sino también a los primeros intervinientes en las mismas. El término “fatiga de compasión” fue acuñado por Joinson en 1992 y más tarde adoptado por Figley en 1995 como una alternativa al concepto de estrés postraumático secundario. Ambos términos describen la influencia en los profesionales de la salud mental del encuentro terapéutico o intervención con víctimas de desastres que sufren trastorno de estrés post-traumático.
Hay una serie de características que diferencian el trabajo del profesional de salud mental en su rutina habitual respecto a su trabajo en una catástrofe, principalmente porque en una intervención inmediata en desastres, los límites entre el profesional y la víctima son ambiguos, el psicólogo no decide dónde tendrá lugar su intervención, que puede prolongarse a lo largo de varios días o varias veces en el mismo día etc, siendo siempre un trabajo muy intenso. Por todo esto se produce una falta de distanciamiento entre el psicólogo y la víctima que hace al primero más vulnerable al impacto psicológico del encuentro con la víctima y su desesperanza. La fatiga de compasión se diferencia del burnout ya que puede aparecer de repente, sin signos previos y, además hay un fuerte sentido de impotencia y desamparo. La recuperación es generalmente muy rápida.
Proporcionar apoyo psicológico a los profesionales en emergencias ofrece frecuentemente resistencias, tanto por parte de los trabajadores como de los jefes. Se percibe como un signo de debilidad de carácter el solicitar ayuda emocional. Así pues, se debe de desterrar esta creencia y abordar la protección psicológica de este personal desde las tres áreas de intervención.
Prevención primaria:
Incluye el reconocimiento y la planificación del potencial impacto de la exposición repetida a eventos dramáticos estresantes. Desde la prevención primaria, podemos influir en dos aspectos importantes. La selección del personal que trabaja en emergencias, y la formación adecuada en autoprotección psicológica de este personal.
Imbar, autor que analiza las características de las personas que mejor afrontan este tipo de situaciones críticas, señala una serie de características que idealmente deberían tener todos aquellos que forman parte de un equipo de primera intervención: Flexibilidad, resistencia al estrés, habilidades de comunicación, satisfacción personal, apoyo social, sentido del humor, autoeficacia, cohesión con el grupo, sensación de control, habilidades de resolución de problemas, compromiso e involucración.
Los factores de riesgo en los rescatadores de sufrir trastornos psíquicos se relacionan con una mala selección de personal, una mala preparación técnica, ausencia de red de apoyo social, alta vulnerabilidad previa al estrés, exposición simultánea a otros traumas, problemas psicosociales previos, exposición prolongada a las consecuencias del desastre viviendo situaciones muy psicotraumáticas, problemas de organización del trabajo como demandas laborales excesivas o la asunción de riesgos sin preparación o equipamiento adecuado.
Inicialmente, cualquier persona involucrada en una catástrofe puede resultar psicológicamente afectada. La mayoría de las personas experimentan emociones de desesperanza que son reacciones normales a una situación anormal como es la catástrofe.
Es importante que todos los profesionales conozcan que durante una situación de emergencia e incluso en los días siguientes, existen una serie de reacciones cuya aparición es habitual y forman parte de la respuesta normal del organismo al estrés. La información y normalización de estas reacciones facilitará que se den permiso para estar bajo los efectos del estrés. Estas reacciones habituales pueden incluir:
- Reacciones físicas: Sudores, escalofríos, nauseas, diarrea, temblores musculares, aumento del ritmo cardiaco, pérdida del apetito, insomnio…
- Reacciones comportamentales y sociales: Hiperactividad, pasividad, incapacidad para descansar, episodios de llanto, aislamiento de la familia o amigos porque creen que no les van a entender o porque quieren protegerles de algunos aspectos de su trabajo… incremento del alcohol, drogas o tabaco como reacciones no saludables.
- Reacciones cognitivas: Sueños repetitivos sobre lo ocurrido o sobre otras situaciones traumáticas, desorientación, confusión, problemas de concentración, lentitud de pensamiento, pensamientos negativos sobre el suceso y sobre uno mismo, amnesia retrógrada y selectiva…
- Reacciones emocionales: Fuerte identificación con la víctima, tristeza, depresión, cambios repentinos de humor, apatía, sentimientos de impotencia, sentimientos de inadecuación profesional, anestesia afectiva, irritabilidad o agresividad…
Estos signos y síntomas habitualmente duran unas semanas y gradualmente disminuyen. En un pequeño porcentaje de primeros intervinientes, los síntomas no disminuyen por sí solos y puede aparecer el trastorno por estrés postraumático.
Por ello, en esta fase de la prevención se deben realizar las siguientes actividades: Formación en los estresores más probables, técnicas de manejo del estrés, realización de actividades que favorezcan la práctica de expresión de sentimientos, información de técnicas de afrontamiento no positivas (alcohol, drogas…), así como técnicas de fortalecimiento individual a través de una buena condición física (dieta, ejercicio, relajación…).
Prevención secundaria:
Incluyen todas aquellas medidas que se ponen en marcha para minimizar los efectos del estrés en el interviniente una vez que ya ha ocurrido la emergencia, tanto en el escenario de la emergencia como en las primeras horas posteriores a la finalización de la intervención.
Para ello, se debe de facilitar a los intervinientes toda la información sobre el escenario de la emergencia, la intervención y pautas concretas de actuación, para que así todos se sientan una pieza importante del resultado final. Es importante la cobertura de las necesidades básicas de los intervinientes, de manera prioritaria el mantenimiento de la seguridad de los mismos en el escenario. Se debe de establecer unos turnos de trabajo y descanso adecuados, así como durante los turnos de trabajo, la rotación por diferentes puestos de actividad, ya que algunos serán de mayor carga emocional y otros permitirán una distancia mayor del dolor de los afectados. Se debe de crear un espacio libre de estrés donde los primeros intervinientes puedan retirarse en caso necesario, promover el compañerismo y el apoyo mutuo en los grupos de intervención y reconocer el esfuerzo y labor realizada por los intervinientes.
El defusing:
Es una técnica introducida por Mitchell en la que se realiza una sesión informal aunque semiestructurada con los intervinientes tan pronto como es posible después de la catástrofe o en las primeras 24h. El objetivo es crear una atmósfera positiva de apoyo en la cual las preocupaciones, inquietudes, preocupaciones y reacciones iniciales pueden ser expresadas. Suele desarrollarse en grupos pequeños de entre 6 y 15 personas, con una duración de entre 20 minutos y 1 hora, dirigida idealmente por un profesional de la salud mental aunque frecuentemente quien lo dirige es un jefe o líder.
El debriefing:
Es una intervención grupal altamente estructurada cuyo propósito es tratar los residuos emocionales que los intervinientes en la emergencia puedan tener. No es una psicoterapia grupal, es una estrategia de prevención secundaria que se deberá realizar entre 24 y 72 horas