Eje intestino-cerebro en el Trastorno de déficit de atención e hiperactividad
Autora principal: Melissa Escalante González
Vol. XIX; nº 13; 388
Gut-brain axis in attention deficit hyperactivity disorder
Fecha de recepción: 03/06/2024
Fecha de aceptación: 01/07/2024
Incluido en Revista Electrónica de PortalesMedicos.com Volumen XIX. Número 13 Primera quincena de Julio de 2024 – Página inicial: Vol. XIX; nº 13; 388
Autores: Melissa Escalante González1, Mariela Montoya Valverde2, Alejandro Francisco González Badilla3, Walter Agustín Loría Montoya4
- Melissa Escalante González, Asociación Bienestar Social, San José, Costa Rica
ORCID: https://orcid.org/0009-0005-2961-449X
- Mariela Valverde Montoya, investigadora independiente, Universidad Internacional de las Américas, San José, Costa Rica
ORCID: https://orcid.org/0009-0002-0737-5764
- Alejandro Francisco González Badilla, Médico de empresa, Servicios Médicos Matapalo, investigador independiente, Guanacaste, Costa Rica.
ORCID: https://orcid.org/0009-0002-6879-3521
- Walter Agustín Loría Montoya, Hospital Maximiliano Peralta, Cartago, Costa Rica
ORCID: https://orcid.org/0009-0004-8964-8897
RESUMEN
Recientemente, se han iniciado investigaciones para descubrir la asociación entre el eje intestino-cerebro y el trastorno por déficit de atención e hiperactividad (TDAH) (1). No obstante, el TDAH tiene una etiología compleja, que se relaciona con la susceptibilidad a múltiples genes, factores ambientales y, actualmente, se describe un componente de heredabilidad. Los estudios sugieren que la dieta y la microbiota intestinal desempeñan un papel importante en el desarrollo de trastornos del neurodesarrollo. El TDAH es una alteración del neurodesarrollo que se inicia en la infancia, caracterizada por un patrón persistente de inatención y/o comportamiento hiperactivo-impulsivo. En esta revisión bibliográfica se busca sintetizar los conocimientos actuales disponibles sobre la relación entre el eje intestino-cerebro y el TDAH (1).
PALABRAS CLAVE: microbiota, eje intestino-cerebro, sistema nervioso central, neuropsiquiatría, trastorno mental, TDAH.
ABSTRACT
Recently, research has been initiated to discover the association between the Gut-Brain Axis and Attention Deficit Hyperactivity Disorder (ADHD), however, ADHD has a complex etiology, which is associated with the susceptibility of multiple genes, environmental factors and a heritability component is currently described. Studies suggest that diet and intestinal microbiota play an important role in the development of neurodevelopmental disorders. ADHD is a neurodevelopmental disorder that begins in childhood, characterized by a pattern of persistent inattention and/or hyperactive-impulsive behavior. This bibliographic review seeks to synthesize the current knowledge available between the gut-brain axis relationship and ADHD (1).
KEYWORDS: microbiota, gut-brain axis, central nervous system, neuropsychiatry, mental disorders, ADHD.
DECLARACIÓN DE LOS AUTORES
Todos ellos han participado en su elaboración y no tienen conflictos de intereses.
La investigación se ha realizado siguiendo las pautas éticas internacionales para la investigación relacionada con la salud en seres humanos elaborada por el Consejo de Organizaciones Internacionales de las Ciencias Médicas (CIOMS) en colaboración con la Organización Mundial de la Salud (OMS).
El manuscrito es original y no contiene plagio. El manuscrito no ha sido publicado en ningún medio y no está en proceso de revisión en otra revista.
INTRODUCCIÓN
La alteración del neurodesarrollo de inicio en la infancia con un patrón de inatención La alteración del neurodesarrollo que comienza en la infancia, caracterizada por un patrón persistente de inatención y un comportamiento hiperactivo y/o impulsivo, se conoce como Trastorno por Déficit de Atención e Hiperactividad (TDAH), que puede presentarse en las variantes hiperactivo-impulsivo, inatento o combinado. Esta condición tiene una etiología compleja y multifactorial, atribuida a la heredabilidad, factores genéticos, ambientales e incluso al microbioma intestinal, lo que incrementa el riesgo de su desarrollo. El TDAH se asocia con un deterioro del funcionamiento académico, social y ocupacional de los afectados, con una prevalencia mundial del 5,3% (2).
Para la comunidad científica, la etiología de este trastorno del neurodesarrollo sigue presentando aspectos sin resolver. Por ello, se han iniciado estudios sobre marcadores biológicos y biomarcadores, creando perfiles de microbioma para identificar los posibles riesgos implicados en el TDAH. Los estudios relacionados con las variaciones epigenéticas, a través de las cuales el ambiente interactúa con la expresión génica, buscan identificar los posibles factores de riesgo y biomarcadores asociados, funcionando como una estrategia alternativa. Este mecanismo refleja el efecto combinado de la predisposición genética y los factores de riesgo ambientales. No obstante, estos resultados se consideran poco concluyentes cuando se interpretan con los estudios convencionales de asociación o ligamiento, ya que no se acompañan de cambios en la secuencia del ADN. Las variantes del microbioma intestinal, tanto perinatal como a lo largo de la vida, podrían participar en la etiología de este trastorno (1).
El conjunto de microorganismos que viven en un entorno específico se conoce como microbiota. El genoma de los organismos que comprenden la flora intestinal contiene 150 veces más genes que el genoma humano. Estos genes tienen un impacto beneficioso en la salud del huésped, con efectos en el sistema inmune, la producción de nutrientes y la protección frente a microorganismos patógenos. El tracto gastrointestinal del ser humano alberga una microbiota compuesta por más de 10^14 bacterias anaerobias, hongos, levaduras y virus. Durante la gestación, este sistema es estéril y se coloniza después del nacimiento. La colonización de bacterias en el tracto gastrointestinal se ve influenciada por diversos factores, como el tipo de parto y el método de alimentación postnatal. El microbiota intestinal se transfiere de madre a hijo y su composición puede verse afectada a lo largo del tiempo por factores ambientales, como la exposición a microorganismos, con el riesgo de provocar un desequilibrio bacteriano conocido como disbiosis intestinal (2).
Este desequilibrio se caracteriza por el desplazamiento de la flora intestinal saludable por una perjudicial para la salud del huésped, lo que genera efectos negativos en el sistema nervioso central a través de las vías entrelazadas del eje intestino-cerebro.
MÉTODO
El presente artículo es una revisión bibliográfica de carácter descriptivo, utilizando artículos seleccionados según los siguientes criterios de inclusión: idiomas español e inglés, estudios reportados de investigación médica y publicaciones realizadas desde el año 2019 hasta el 2024, con excepción de información publicada con anterioridad que sea relevante para ser incluida. Se recopilaron datos de publicaciones en revistas médicas y científicas, así como de revisiones sistemáticas, empleando diversas fuentes digitales como PubMed, Google Scholar y NIH. Las palabras clave utilizadas fueron “microbiota”, “eje intestino-cerebro», “sistema nervioso central”, “neuropsiquiatría” y “trastorno mental”.
EJE MICROBIOTA INTESTINO-CEREBRO
En el tracto digestivo, millones de microorganismos, denominados microbiota, conviven en simbiosis. Su importancia radica en las funciones vitales que desempeñan y otras aún desconocidas en el ser humano. Una de estas funciones es la relación entre el intestino y el cerebro, conocida como eje intestino-cerebro, una conexión bidireccional relacionada con trastornos neurológicos y del neurodesarrollo. Se ha profundizado en su estudio para obtener más información sobre la microbiota, abrir nuevas líneas de investigación, entender su patogenia y establecer futuras estrategias terapéuticas.
Se estima que el número total de microorganismos que componen la microbiota es de aproximadamente 1014, es decir, diez veces mayor que el número total de nuestras células (3). No obstante, la composición de la microbiota no es estática y debe adaptarse al entorno en el que reside y a las funciones que desempeña. Esta se ve afectada por la dieta, el estilo de vida y el consumo de medicamentos, probióticos, entre otros factores. Por esta razón, la microbiota de un individuo cambia a lo largo de su vida. Durante la primera etapa de vida, su composición está condicionada por el tipo de parto y la alimentación, ya sea lactancia materna o artificial. En la etapa adulta, los estilos de vida influyen en los cambios y en la sustitución de la microbiota. Además, la composición de la microbiota varía según el órgano donde se encuentra, lo que influye en el pH gástrico y determina la diversidad microbiana en diferentes regiones del tracto gastrointestinal.
Aunque aún se desconocen muchos aspectos sobre el funcionamiento de la microbiota, está establecido su importante papel en los sistemas inmunológico, metabólico y hormonal, y en la relación con el eje intestino-cerebro. Este eje está formado por la microbiota, el sistema nervioso autónomo, el sistema nervioso entérico, el sistema neuroendocrino, el sistema neuroinmune y el sistema nervioso central. El sistema nervioso entérico es responsable del funcionamiento básico gastrointestinal, lo cual incluye la motilidad, la secreción mucosa y el flujo sanguíneo y trabaja junto con el nervio vago para el control central de estas funciones. Este eje constituye un sistema de comunicación neurohumoral bidireccional, respaldado por estudios que muestran alteraciones de la microbiota en condiciones como la encefalopatía hepática, el colon irritable, el autismo y la ansiedad. Estos cambios, denominados disbiosis, afectan la motilidad gastrointestinal, la secreción y la hipersensibilidad visceral, alterando las células neuroendocrinas y el sistema inmune, lo que modifica la liberación de neurotransmisores y explica las manifestaciones psiquiátricas.
La comunicación bidireccional describe cómo la microbiota afecta el comportamiento humano y, a su vez, cómo las alteraciones del comportamiento influyen en la microbiota intestinal (3). Profundizando en los componentes del eje intestino-cerebro, el nervio vago constituye una de las principales vías para transmitir la información desde la microbiota hasta el sistema nervioso central. En el sistema circulatorio, las neurohormonas liberadas desde las células neuroendocrinas del intestino actúan directa e indirectamente en la modulación del comportamiento. La serotonina (5-HT), producida en un 90% en el intestino, es regulada por la microbiota. Aunque no atraviesa la barrera hematoencefálica, actúa sobre los precursores serotoninérgicos y el transportador de 5-HT, que participan en la activación y modulación de la serotonina central. Asimismo, la microbiota interviene en la liberación de ácido gamma-aminobutírico (GABA), ya que la enzima glutamato descarboxilasa de las bacterias degrada el glutamato, facilitando su transformación en GABA, un neurotransmisor fundamental en la modulación del comportamiento y el control de la ansiedad.
Es importante mencionar que ni la serotonina ni el GABA atraviesan la barrera hematoencefálica, por lo que su acción es indirecta sobre el sistema nervioso entérico. La microbiota también participa en la hidrólisis de ácidos grasos de cadena corta, que atraviesan la barrera hematoencefálica y llegan al hipotálamo, donde regulan los niveles de GABA. Además, se atribuye a la microbiota una influencia sobre el eje hipotálamo-pituitario-adrenal, regulando la liberación de cortisol. Estudios han relacionado niveles altos de Lactobacillus rhamnosus con menores niveles de corticosterona, mejor control del estrés, menor depresión y liberación de citoquinas inflamatorias. A la inversa, otras investigaciones muestran que pequeñas exposiciones al estrés pueden impactar en el perfil de la microbiota, la respuesta al estrés y la activación del eje hipotálamo-pituitario-adrenal.
En cuanto al sistema inmune, las citoquinas atraviesan la barrera hematoencefálica y actúan sobre el cerebro, alterando la activación y función de las neuronas y la microglía. Asimismo, se pueden producir citoquinas no inflamatorias, como las producidas por el factor estimulante de colonias de granulocitos, capaces de atravesar la barrera hematoencefálica y estimular la neurogénesis, demostrando una acción protectora tras una lesión isquémica. Aunque existen evidencias que apoyan la relación entre la microbiota y el sistema nervioso central, aún queda por establecer su papel en la patogenia de algunas de las enfermedades neurológicas y psiquiátricas más prevalentes. Asimismo, el uso de probióticos constituye una herramienta terapéutica importante en los tratamientos. La respuesta a muchas de estas preguntas vendrá de la mano de ensayos clínicos que aborden el papel de la microbiota (3).
MICROBIOTA INTESTINAL Y TDAH
El eje bidireccional microbiota-intestino-cerebro se ha relacionado con alteraciones del neurodesarrollo, como el TDAH. Esta condición neurológica, que aparece en la primera infancia, generalmente antes del ingreso a la escuela, afecta el desarrollo del funcionamiento personal, social, académico e incluso laboral. El TDAH se asocia con disfunciones en áreas como la atención, memoria, percepción, lenguaje, resolución de problemas e interacción social. Según el Diagnostic and Statistical Manual of Mental Disorders (DSM-5), existen tres tipos de TDAH: predominio del déficit de atención, predominio de hiperactividad/impulsividad y combinado. En general, el TDAH es dos veces más común en los varones, aunque las proporciones varían según el tipo. El tipo con predominio de hiperactividad/impulsividad es de 2 a 9 veces más frecuente en los varones, mientras que el tipo con predominio de déficit de atención se observa con igual frecuencia en ambos sexos (4, 5).
Es importante mencionar que el TDAH puede persistir hasta la edad adulta y los síntomas conductuales siguen presentes en la mitad de los casos, incluyendo dificultad para concentrarse, realizar tareas, cambios de humor, impaciencia y dificultades para mantener relaciones sociales. En adultos, el diagnóstico puede ser más difícil, ya que los síntomas pueden ser similares a los de trastornos del estado de ánimo, desórdenes de ansiedad y trastornos por uso de sustancias. No obstante, los adultos pueden beneficiarse del tratamiento farmacológico y conductual (4).
Actualmente, los pacientes no solo pueden beneficiarse de estos tratamientos convencionales, sino que los alimentos de consumo diario también pueden influir en la composición de los neurotransmisores cerebrales. La mayor parte de los neurotransmisores se forman a partir de determinados aminoácidos que pueden influir en la concentración de neurotransmisores como la serotonina, dopamina y noradrenalina, los cuales tienen el potencial de convertirse en estrategias terapéuticas de apoyo en esta neurodivergencia. Se ha descrito que especies como Escherichia, Bacillus y Saccharomyces aumentan la biosíntesis de norepinefrina; Clostridia y Candida metabolizan la fenilalanina y tirosina en norepinefrina; Bacillus y Escherichia aumentan la biosíntesis de dopamina; y Bifidobacterium interviene en el metabolismo del triptófano y la serotonina (5).
El consumo de probióticos, conocidos como microorganismos vivos (bacterias y levaduras) que proporcionan beneficios para la salud al ser consumidos, mejora la función cognitiva y reduce el riesgo de desarrollar TDAH a lo largo de la infancia. Este efecto protector se relaciona con la modulación de la composición de la microbiota intestinal. Los efectos potenciales de los probióticos en la mejora de funciones como la memoria espacial, inmediata o retardada y la atención en personas con diferentes patologías y edades, actuando a través del eje microbiota-intestino-cerebro, han mejorado los niveles de ciertos neurotransmisores (8).
Un tema debatido entre los padres de niños con TDAH es si ciertos alimentos pueden reducir o exacerbar los síntomas. Stephanie Ruggiero, PsyD, psicóloga del Centro para el TDAH y Trastornos del Comportamiento del Child Mind Institute, aclara que “Definitivamente, hay estudios que demuestran que comer alimentos nutritivos ayuda a nuestro cerebro a funcionar y que, cuando no comemos, nos cuesta pensar con claridad” (9). Es decir, sin nutrientes, el cerebro tiene dificultad para crear ciertos neurotransmisores, lo que incapacita su acción de mensajería química. Sin embargo, la Dra. Ruggiero indica que aún no se ha demostrado de un modo concluyente si algún alimento, suplemento o dieta en particular puede afectar específicamente los síntomas del TDAH. “Ojalá pudiéramos dar a los padres una respuesta definitiva, pero las investigaciones realizadas hasta la fecha han arrojado resultados contradictorios”, afirma la Dra. Ruggiero (9).
Sin embargo, el Journal of the American Medical Association (9) publicó un estudio en 2010 de 14 años de duración que concluyó que la dieta occidental, rica en grasas, calorías y azúcar, está asociada con mayores tasas de TDAH en niños. No obstante, solo se logró establecer esta correlación y no se afirmó que esta condición sea causada por la dieta occidental. De hecho, los autores del estudio afirmaron que es posible que la correlación se deba a que tener TDAH provoque que a los niños les apetezca comer alimentos ricos en grasas para sentirse mejor. También plantearon que la angustia familiar, otro factor de estilo de vida relacionado con el TDAH, también tiende a influir en los hábitos alimentarios. Por esta razón, los expertos recomiendan seguir una dieta mediterránea, que consiste principalmente en frutas, verduras, proteínas magras, grasas saludables y carbohidratos complejos. “Mantenerse alejados de los carbohidratos simples y los alimentos azucarados, y seguir lo que yo llamaría una dieta más completa, es lo que nos gustaría que hicieran las personas para que gozaran de una buena salud en general”, dice la Dra. Ruggiero (2023), y esto es aplicable tanto para niños como adultos.
El azúcar no causa el TDAH, ya que se ha demostrado que esta no es la causa. Sin embargo, su consumo puede intensificar los síntomas de sobreactividad debido al aporte de energía que representa, lo mismo ocurre con la cafeína. Limitar los alimentos azucarados es beneficioso por el impacto positivo que representa en la salud, como un mejor control de peso, menor riesgo de diabetes y mejor sueño. En relación con los colorantes artificiales, glutamato monosódico, nitritos y aditivos alimentarios, los estudios han tenido muestras limitadas y las mejoras al evitar su consumo han sido modestas. Algunos estudios han sugerido que dar a un niño suplementos como hierro, zinc, magnesio, vitamina B y omega-3 podría reducir la gravedad de los síntomas, y esto parece funcionar en niños con estas carencias, pero no hay evidencia de su utilidad en niños que no los necesitan, incluso podría ser perjudicial para su salud. Estas vitaminas y minerales pueden encontrarse en alimentos como la carne, pollo, mariscos, frutos secos y soya. La vitamina B abunda en las hojas de brócoli y garbanzos, y los ácidos grasos omega-3 se encuentran en el salmón, nueces y edamame (2023)
Asimismo, se menciona la dificultad del paciente con TDAH de mantener una alimentación saludable y, aunque hay poca evidencia de esto, se describe que los medicamentos para el TDAH pueden actuar como inhibidores del apetito. Luego, al desaparecer el efecto, pueden sentirse hambrientos, lo que dificulta la espera de la preparación de una comida saludable. Por lo tanto, en pacientes con TDAH se deben planificar las comidas y tener refrigerios saludables, como manzanas con mantequilla de nuez, verduras, hummus y yogurt bajo en grasa. Independientemente de si parece que una dieta o un suplemento en particular son eficaces para reducir los síntomas del TDAH, es importante recordar que los cambios en la dieta no deben sustituir el tratamiento médico prescrito. “Aunque la investigación centrada en la dieta y el TDAH todavía es cuestionable, contamos con muy buenas investigaciones sobre el tratamiento del TDAH con una combinación de medicación y terapia conductual”, afirma la Dra. Ruggiero (2023).
En síntesis, uno de los aspectos más importantes es cuidar nuestra salud y la de nuestros hijos, prestando atención al microbiota intestinal. Actualmente, se sabe que patologías como la obesidad, la diabetes, las alergias y otras están relacionadas con la ruptura del equilibrio de su estructura, lo que se conoce científicamente como disbiosis. La composición bacteriana comienza a determinarse al nacer y, a partir de ese momento, para mantener el equilibrio entre esos millones de seres microscópicos que nos irán colonizando a lo largo de nuestra vida, tenemos varias estrategias: alimentación, una dieta rica en frutas, verduras y alimentos integrales. Es importante eliminar o reducir tanto como sea posible la presencia de alimentos ultraprocesados, ricos en grasas saturadas y azúcares simples, ya que impiden que las bacterias “buenas” proliferen. Además, conviene incluir alimentos fermentados (probióticos, es decir, las propias bacterias), puesto que ayudan a colonizar y mejorar la calidad del microbiota intestinal. Los alimentos ricos en grasas poco saludables pueden dañarla. Es importante mantener hábitos saludables, realizar ejercicio, dormir lo suficiente y controlar el estrés. Se deben evitar estilos de vida tóxicos como el consumo de tabaco o alcohol, pues los compuestos derivados del humo del tabaco o de la degradación del alcohol en el cuerpo promueven el crecimiento de bacterias patógenas en todo el tracto gastrointestinal, incluido el colon (10).
Para restaurar la flora intestinal, es importante seguir una dieta adecuada que priorice los alimentos fermentados y ricos en fibra, conocidos como alimentos probióticos y prebióticos, respectivamente. Los prebióticos son alimentos con nutrientes que garantizan un buen estado de salud para nuestras bacterias intestinales. Los probióticos naturales son organismos vivos adicionados que permanecen activos en el intestino en cantidad suficiente como para alterar el microbiota intestinal del huésped, tanto por implantación como por colonización. Se recomiendan productos fermentados como el kéfir, el yogur, el queso, el miso, el tempeh, los encurtidos y las verduras fermentadas como el chucrut. No se debe olvidar que los probióticos pasteurizados contienen microorganismos muertos. En fin, la restauración de la flora intestinal o, mejor dicho, de nuestro microbiota, comienza por abandonar los hábitos poco saludables que la deterioran (10).
DISCUSIÓN
Aún se desconoce la etiología de los trastornos del desarrollo neurológico, como el TDAH. Los niños con TDAH, a menudo, sufren trastornos digestivos que cursan con dolor abdominal y estreñimiento. Junto con la aparición de estos trastornos, hay implicadas anomalías genéticas que interactúan con factores alimentarios. Por esta razón, además de los tratamientos farmacológicos, existen abordajes alimentarios. La composición del microbiota intestinal es fundamental en la regulación del eje intestino-cerebro. No obstante, la selectividad en los alimentos puede modificar el microbiota. Además de la disbiosis, se describe un aumento de la permeabilidad intestinal e inflamación sistémica de bajo grado. Un análisis de composición del microbiota intestinal publicado en 2023 (9) mostró que ciertos niños con TDAH presentaban menor filo Bacteroidetes y mayor Actinetobacteria, y en general, una cantidad normal de los géneros Bacteroides, Faecalibacterium, Blautia y Bifidobacterium; mientras que algunos niños tenían una cantidad elevada de Prevotella. Tanto el microbiota intestinal como la permeabilidad intestinal podrían ser objetivos terapéuticos para el abordaje de niños y adolescentes. Además, se describen variaciones en la diversidad beta del microbiota intestinal, así como un aumento de la proteína de unión a lipopolisacáridos (LBP), asociados con diferencias entre moléculas pro y antinflamatorias a nivel sistémico (11). Esta situación representa una oportunidad de estudio y abordaje terapéutico, incluso para indagar en la identificación de la etiología.
CONCLUSIÓN
En conclusión, la existencia de evidencia que apoya la relación entre el sistema nervioso central y el microbiota intestinal está aún en proceso de consolidación. No se ha podido establecer su papel en la patogenia de algunas de las enfermedades neurológicas y psiquiátricas más prevalentes, como en el caso del TDAH. El seguimiento de los hábitos de alimentación de los pacientes juega un papel importante. Este, junto con el tratamiento convencional, ha demostrado grandes resultados en la calidad de vida de los pacientes. La mayoría de los neurotransmisores se forman a partir de aminoácidos, que provienen de la calidad de los alimentos y pueden influir en su concentración.
Asimismo, el consumo de prebióticos y probióticos mejora la función cognitiva, beneficiando la memoria espacial, inmediata y retardada. La dieta mediterránea, basada en frutas, verduras, proteínas magras, grasas saludables y carbohidratos complejos, ha mejorado la calidad de vida de las personas y ha reducido comorbilidades y enfermedades. La propuesta de implementar vitaminas y minerales a través de los alimentos busca que la población reduzca el consumo de fármacos innecesarios y equilibre el microbiota con alimentos ricos en zinc, hierro, vitamina B, omega-3, entre otros.
El punto más importante es cuidar nuestra salud, cuidando el microbiota intestinal y evitando la disbiosis, que puede dar paso a patologías como la obesidad, la diabetes y las alergias, relacionadas con la ruptura del equilibrio de su estructura. Eliminar o reducir el consumo de alimentos ultraprocesados, ricos en grasas saturadas y azúcares simples, genera un gran impacto al impedir que las bacterias “buenas” proliferen. Incluir en la dieta diaria alimentos fermentados ayuda a colonizar y mejorar la calidad del microbiota intestinal, mientras que los alimentos ricos en grasas poco saludables pueden dañarlo. Mantener hábitos saludables, realizar ejercicio, dormir lo suficiente y controlar el estrés son prácticas de suma importancia. Es trascendental evitar estilos de vida tóxicos, como el consumo de tabaco o alcohol, ya que los compuestos derivados del humo del tabaco o de la degradación del alcohol en el cuerpo promueven el crecimiento de bacterias patógenas en todo el tracto gastrointestinal. Trabajar en recuperar la flora intestinal se basa en llevar una dieta correcta que priorice los alimentos fermentados y ricos en fibra, así como en alimentos probióticos y prebióticos, lo que garantiza un buen estado de salud a nuestras bacterias intestinales. La recuperación de nuestro microbiota comienza por abandonar los hábitos poco saludables que lo deterioran.
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