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Las matronas. Historia del cuidar en Enfermería

Como los caracteres sexuales femeninos aún seguían siendo impúdicos para los varones, cuando empezaron a asistir a los partos tenían que proteger el pudor de la mujer con sábanas.

El desarrollo de las profesiones médicas y especialidades exclusivamente del sexo masculino no eliminó por completo la figura de las comadronas, puesto que estas tareas habían pertenecido a la mujer desde hacía siglos.

Las matronas en los siglos XV – XVIII

A principios del siglo XV se consideraban a las comadronas como mujeres sabias con capacidad para ayudar a la mujer, aunque las judías y moras tenían terminantemente prohibido atender a nacimientos de niños cristianos.

Existe documentación de 1434 de las Cortes de Zamora y de 1448 de las Ordenanzas de Madrigal, la cual refleja la posibilidad de que las comadronas pudieran ejercer libremente su profesión de atender a parturientas para el nacimiento de sus hijos, aunque a partir de 1477 y por orden de los Reyes Católicos, se reguló éste ejercicio quedando las parteras excluidas de las profesiones médicas con reconocimiento legal. Aun así, muchas comadronas siguieron ejerciendo su trabajo bajo supervisión de los médicos.

La necesidad de títulos y concesión de licencias variaban según la localidad:

  • En Castilla, ya en 1663, para poder atender a mujeres en el proceso de parto eran necesarios una serie de requisitos: superar un examen y haber practicado cuatro años con otras comadronas antiguas, competentes y cristianas con religión aragonesa, sin haberse mezclado con comadronas judías o moras.
  • En Andalucía las comadronas podían solicitar su licencia o ser examinadas: esto ocurría entre los años 1537 y 1720.

A pesar de la demanda de licencias y de exámenes, en 1750, de nuevo, las comadronas dejaron de actuar como tales, siendo sustituidas por cirujanos.

El primer tratado que se conoce en lengua castellana sobre la necesidad de la formación de las comadronas para poder ejercer su profesión es del año 1541, autor del cual fue Damián Carbó, titulado “Libro del arte de las comadres o madrinas y del regimiento de las preñadas y paridas y de los niños”. Dicho tratado servía para ampliar la formación de estas profesionales, ya que sus saberes únicamente se basaban en conocimientos empíricos y para ayudar a resolver problemas que se pudieran presentar.

En los siglos XVI y XVII, las comadronas realizaban el ejercicio de ayudar a las mujeres a parir en el ámbito rural, dónde no llegaba el saber científico. Era una época en que los amuletos estaban considerados como objetos mágicos y se utilizaban en abundancia, por ejemplo, se recomendaba tener el corazón de una gallina, sacado en vivo o atar a la pierna de la futura madre una piedra de esmeralda.

En el ámbito urbano, eran los médicos los que llevaban el proceso de parto y las funciones de las matronas eran definidas por ellos. Aunque cabe decir que sólo las personas que se podían costear los servicios médicos disfrutaban de su atención, las personas pobres eran atendidas mayoritariamente por comadronas iletradas.

En el siglo XVIII se describe que la profesión de matrona debe ser exclusiva para mujeres debido a su naturaleza y la única razón por la cual ellas pueden salir de su hogar para realizar otras funciones que no sean las tareas domésticas. Una buena comadrona, así como una buena mujer, debía ser compasiva, paciente, con buena reputación y disposición para ayudar al prójimo y saber acompañar. Obligatoriamente debían ser devotas de la Virgen María y temer a Dios, además de saber administrar el Bautismo; si a estas cualidades se le añadía haber parido y tener el cuidado de unos niños, eran unas mujeres aptas para acompañar al parto de otras y poder protegerlas. Estos requisitos se siguieron teniendo en cuenta hasta el siglo XX en nuestro país.

Todo y con esto, la formación de las matronas en el año 1750 estuvo limitada a causa de la ideología de la época. La mujer se debía al matrimonio y a la reproducción. No es hasta finales del mismo siglo que se empieza a formular la idea que las mujeres puedan formarse con fines de utilidad social, aunque existía cierto miedo por la posibilidad de transformar la estructura social y familiar. El control de su formación se regía por la Iglesia y el discurso médico.

En estos años, los requisitos que debían cumplir las futuras matronas eran ser viudas o, si bien eran casadas, estar acreditadas por sus maridos y poseer un certificado del párroco que afirmara sus buenas costumbres y su buena vida.

Surgió la competencia de los hombres en esta profesión, los llamados cirujanos barberos, lo que provocó la aplicación de leyes en contra de las mujeres parteras que poco a poco fueron desprestigiándose. Básicamente se situaban en las ciudades y atendían a las familias adineradas. Su intervención se caracterizó por el uso de fórceps como herramienta imprescindible, anteponiendo su ejercicio sobre el de las matronas, ya que ellas no podían usar utensilios de este tipo.

Los cirujanos barberos recibieron el nombre de “carniceros” por sus intervenciones tan agresivas junto al poco conocimiento de la anatomía humana.

Las matronas en los siglos XIX-XX

Al principio del siglo XIX, el rey que en aquel momento gobernaba, aprobó una Real Cédula cuya finalidad era la de regular la situación académico-legal de la Cirugía y sus ramas subalternas, entre ellas, la de partera. Para poder tener el titulo se pedía que las comadronas debían tener unos requisitos: haber practicado la Obstetricia por espacio de cuatro años con un Facultativo o Comadrona aprobada, o bien dos años de prácticas y dos de estudios en alguno de los Colegios de Medicina y Cirugía. También se les exigía ser viudas o casadas y los mismos requisitos relacionados con el mantenimiento del orden social y la moral. En ocasiones el saber leer y escribir. Pero la necesidad de examen sigue siendo obligatoria.

El nivel de formación de las comadronas fue ligeramente más elevado y, a partir de 1822 y durante cuarenta años, las casas de maternidad fueron centros de prácticas para su formación y la de los cirujanos.

A principios de 1857 la ley de instrucción Pública (Ley de Moyano) supuso un avance importante, debido al reconocimiento de la necesidad social de aumentar la formación de toda la población, incluida la femenina. Se reglamentan las condiciones para obtener el título de comadrona en las que, como novedad, se exigía, haber recibido con aprovechamiento la Primera Enseñanza Elemental. Los estudios debían cursarse en centros autorizados donde teoría y práctica serían simultáneas, con lo que era necesario que hubiera sala de partos. Además la educación a las mujeres y hombres debían estar separadas en el espacio y ser de diferente contenido según el sexo.

Como la base en la educación era escasa, se aceptaba una mayor presencia del cirujano en los partos, ya que, durante el tiempo que la obstetricia fue ejercida por las comadronas, se les recriminaba de “no saber elevar su oficio a una profesión más científica”.

A lo largo de la segunda mitad del siglo XIX, la lucha del modelo médico por imponer su hegemonía y ser la referencia ideológica y legítima, viene desencadenando situaciones de intereses enfrentados de competencia y rivalidad con las comadronas, incluso a abocar por la desaparición de estas alegando que eran innecesarias o que, en todo caso, podían ser sustituidas por médicos-cirujanos subalternos.

La educación universitaria se va abriendo lentamente a la presencia femenina, aunque socialmente se siga percibiendo como un riesgo ya que, como informan en el Congreso de Doctores de Brigthon: “confirmo la relación directa entre formación cultural de la mujer y su menor capacidad reproductiva”.

            Para realizar el estudio de la historia de las comadronas tenemos que conocer los saberes y prácticas populares en torno al nacimiento. El acercamiento a este saber constituye una fuente de riqueza que nos puede aproximar al campo práctico del hacer de las comadronas. Hay que saber qué debían hacer y qué podían hacer y en qué condiciones, y qué esperaba la población que hicieran.

Las primeras informaciones son que a principio de siglo hay influencias por la ideología religiosa y se percibe que es una herencia de siglos anteriores. El embarazo y el nacimiento pertenecieron a ese grupo de fenómenos naturales que no pudieron ser controlados por el hombre y por lo tanto, para su protección y para evitar los peligros, se rodeaba de toda una serie de ritos y normas que aseguraran su éxito y la vida de la madre e hijo.