por no olvidar que existe entre los individuos una individualidad personal, es fundamental saber cómo se formó esa individualidad a lo largo de la ontogénesis, variable que fundamenta una dimensión sociopsicológica, factores de riesgo y otros que nos permiten orientar el trabajo.
El individuo para enfermar se somete a diferentes tipos de riesgos, que pueden ser: riesgo biológico, psicológico y de tipo social. Acontecimientos riesgosos de tipos naturales y eventuales se identifican como aquellos que te rodean y que explican o afectan la vida de las personas (5) para lo que se necesita un nivel de intervención preventivo-educativo que te permita enfrentar con un estilo de vida lo más adecuado y positivo. Es fundamental, sin duda, la capacidad, la experiencia y el tacto individual para saber modificar estos acontecimientos de la vida o por lo menos saber regular nuestras reacciones individuales.
Para la población anciana ante dichos fenómenos y teniendo en cuenta la dimensión sociopsicológica del proceso de envejecimiento y la vejez debemos apoyarnos en los siguientes principios de trabajo: (6)
v El proceso de trabajo responde a especificidades sociopsicológicas relacionadas muy directamente con las peculiaridades biológicas de esta etapa de la vida, conformando la integración biopsicosocial necesaria para el estudio de la vejez.
v Los procesos normales o no de la disolución del psiquismo con su consecuente merma de las posibilidades neuropsíquicas de adaptación, cambios de conductas y su repercusión social deben ser parte del diagnóstico integral y de la terapéutica aplicada al anciano.
v La dimensión sociopsicológica del envejecimiento estudia y promueve situaciones de asimilación y adaptación de la sociedad ante el incremento de personas de esta edad, previniendo situaciones de conflictos y disrupción que pudieran afectar la comunidad, la familia y el individuo.
La comprensión del fenómeno del envejecimiento de forma integral nos obliga a ver la verdadera esencia del proceso y significar variables que intervienen de forma modificadora en el estilo de vida del anciano, como son: las relaciones familiares y las relaciones intergeneracionales, el clima emocional de los grupos de apoyo y desenvolvimiento de roles, la jubilación, la autovaloración del anciano, condiciones económica individuales, desarrollo del psiquismo y posibilidades de adaptación, estado de ánimo, integración social, actividad, autonomía, creatividad, proceso somáticos y enfermedades crónicas no transmisibles asociadas.
La incorporación social por sí sola puede servir de criterio sintetizador del estado de salud de la población anciana, ya que participar en sociedad quiere decir, en términos de salud mantener relaciones favorables en los niveles físicos y psicológicos (desarrollo psicofísico), bienestar en los senescentes. (6)
Los marcadores de riesgo para la población adulta continuar actuando en el anciano y es necesario seguir la batalla por su eliminación y control, como métodos de adopción de estilos de vidas cada vez más saludables. El adulto mayor como sector más vulnerable de la población, tiene riesgos especiales para enfermar. (7,8)
Así pues, el estudio epidemiológico debe inducir también todos aquellos factores de riesgo asociados a enfermedades no transmisibles. Esto factores de riesgo tienen dos denominaciones: uno individual, expresado en la susceptibilidad de padecer de una enfermedad en un medio dado y otro social o de comunidad que es aquel medio o estilo de vida de las colectividades que influyen negativamente para mantener el equilibrio del proceso salud enfermedad.
El envejecimiento poblacional o demográfico es el resultado de un proceso de aumento de la población de personas de edad avanzada, resulta una consecuencia de la transición demográfica cuando disminuyen los niveles de fecundidad, efecto principal y también una disminución en los niveles de mortalidad. Indiscutiblemente una población en etapa de envejecimiento tiene una marcada influencia sobre procesos de salud y morbilidad, con un avance de las enfermedades no transmisibles y degenerativas requiriendo además, estrategias diferenciadas en los diferentes niveles de atención así como la identificación de factores que contribuyan a preservar niveles de salud y aumentar su bienestar. (9,10)
A finales del siglo XX aumenta considerablemente la población mundial anciana, en el año 2000 la población anciana se incrementa en un 31% en relación con el año 1970, 230 millones vivirán en los países subdesarrollados. (11,12)
Según datos internacionales de la Organización de Naciones Unidas en 1950 habían 200 millones de personas de más de 60 años en el mundo, en 1975 aumento en 350 millones, en el 2000 eran de 590 millones y se estima que para el 2025 habrán 1100 millones de personas de edad avanzada en el planeta y constituirán el 13.7% de la población mundial. (13)
En América Latina la expectativa de vida al nacer era de 51.2 años en el período de 1950-1955 y solo alcanzara 71,8 años en el período 2020-2025. Cuba ha sobrepasado ya la cifra de 74 años como expectativa de vida al nacer exhibiendo patrones de países desarrollados. Cuba está entre los 30 países con más alta esperanza de vida al nacer. Hoy suman 1 millón 820 mil personas en el país con 60 años y más y lo que constituye el 15.9% de la población cubana. Gracias al Programa Nacional de Atención al Adulto Mayor en el país existen más de 400 EMAG, 143 hogares de anciano más de 100 casas de abuelos (13). Aumentando los llamados “viejos, viejos”. En Matanzas la esperanza de vida en el quinquenio 2000-2005 fue de 76.8 años, para los hombres 75.26 y 78.25 para las mujeres. (14, 15,16)
Los fenómenos de una expectativa de vida, una esperanza de vida elevada, una pirámide poblacional invertida donde la natalidad decrece.
En los primeros estudios de la medicina se abordaba al hombre desde el punto de vista meramente biológico por lo que se enfatizaba únicamente en las afecciones puramente orgánicas. Teniendo en cuenta la determinación biopsicosocial, cultural y espiritual, y que el hombre es un ser sumamente complejo e integral el estudio de sus dolencias debe abordarse desde la perspectiva de la repercusión psicológica de la enfermedad, la percepción del afrontamiento de los factores de riesgo de enfermar y de las propias enfermedades desde una subjetividad irrepetible y que es determinante en la evolución de la enfermedad.
En la década del 60 el trabajo de Sólomon y Moos (1964), “Emociones, inmunidad y enfermedad” hace renacer diferentes aportes que permitirían investigar la relación entre la psiquis, el sistema nervioso, la