Inicio > Historia de la Medicina y la Enfermería > Muerte de Vincent van Gogh. Últimas cartas, últimas telas y arma de fuego > Página 8

Muerte de Vincent van Gogh. Últimas cartas, últimas telas y arma de fuego

las que quiere expresar la “tristeza” y la “soledad extrema” [649]. Días después, Vincent, sin comentar nada acerca del trabajo, comunicará a Theo que “escribe con dificultad”; aconsejándole éste que acuda a Gachet [T41a].

La brevedad de los manuscritos finales del artista y la simplificación de la técnica en sus últimas telas, arrastrando pinceladas más unidireccionales y fragmentadas, parecen delatar -como observó Karl Jaspers-, la “inseguridad creciente” de la mano dominante (28). Síntoma motor que puede deberse a un plumbismo por pigmentos tóxicos (29), como los que empleaba generosamente el holandés en sus pinturas (30,31). Y de cuyo peligro advertiría el Dr. Peyron a Theo en enero de 1890 [T24]. Meses después el pintor reconocía, como alegato final, que en el trabajo arriesgaba su vida con la razón destruida a medias.

Vincent no quería convertirse en una carga para Theo [649], y en la última carta que le envía [651] agradece el dinero recibido sin darle demasiadas “explicaciones”. Disuadiendo así las preocupaciones de su hermano [T41a] y aparentando tranquilidad, como lo hace en la misiva dirigida a su madre [650]. Pero en el manuscrito que lleva consigo al morir [652], insiste en que Theo se beneficie de su producción artística como marchante de cuadros; cuando éste se interesaba por obras póstumas de Corot o Díaz de la Peña. Recordándole la tensión entre los que comercian con obras de pintores “muertos” y “vivos”; cuando el artista reprochaba que los primeros cotizasen más que los segundos [W04,597,612]. Deseando finalmente que Theo, a diferencia de otros marchantes, actuase con humanidad.

La falta de expectativas, la pérdida de facultades, la tristeza y la desesperación al no encontrar soluciones, se manifiestan en las últimas cartas conocidas de Vincent con cierto recelo y sin un deseo expreso de morir. Pero en el asilo de St. Rémy, atenazado por impredecibles crisis y simbolizando la muerte en la figura bíblica del segador [604], tuvo ideas suicidas con conductas auto-lesivas ingiriendo pintura, que preocuparon al Dr. Peyron (32) y obligaron a administrarle un contraveneno (33): expresión dramática del sufrimiento humano o de necesidad de ayuda ante una situación vital insostenible (34).

Casi el 50% de los pacientes que se quitan la vida con conductas para-suicidas previas, lo hacen en los primeros tres meses después del “aviso”, cuando parecían recuperados emocionalmente (35). Experiencia constatada en la práctica clínica por psiquiatras, médicos de familia y el propio autor. Por otra parte, un bagaje hereditario de van Gogh hacia la enfermedad depresiva con actitudes suicidas se desprendería de los antecedentes familiares que recogen algunos biógrafos (36). Estando presentes otros factores de riesgo de suicidio: el sexo masculino, el alcoholismo, la falta de apoyo social, la soledad y la desesperanza (37,38). Además, un daño cerebral con crisis de delirium o “epilépticas” de las que fue diagnostico el pintor en pleno periodo artístico, y que pudo deberse al plomo de sus pigmentos (39), es capaz de generar un “trastorno afectivo orgánico” en cuya patogénesis se involucra la alteración del sistema límbico (38,40).

III. Suceso y arma de fuego: hechos constatados, leyendas e hipótesis

En la mañana del trágico domingo, Vincent pintó en el campo y regresó para almorzar como tenía costumbre. Pero en contra de la versión oficial, por la tarde tuvo que abandonar la fonda sin los aperos de pintura. Cuando regresó herido de muerte al anochecer, lo hizo con la chaqueta abrochada sin el blusón que solía ponerse para pintar. Siendo por las mañanas cuando habitualmente pintaba en el campo; por las tardes a menudo retocaba los cuadros en una sala del albergue o salía hasta la hora de la cena (Carrié A., 1957). Además, Adeline recuerda que durante el velatorio sus padres colocaron el caballete, la silla de tijera, la paleta y los pinceles del artista al pie del féretro, sobre unas ramas dispuestas en el suelo (Gauthier M., 1953). Es, pues, rebatible, que aquella tarde Vincent llevara consigo los materiales de pintura, que nunca se encontrarían en el campo.

Émile Bernard, escribió en una carta a Aurier que su colega Vincent plantó “el caballete” frente a un almiar (o “meule”), marchó hacia el castillo y se pegó un tiro; cayendo “tres veces” cuando regresaba malherido a la posada (41). Un relato emotivo y poco fiable en el que el simbolista francés evoca la pasión de Cristo con la cruz, imbuido por su misticismo religioso (42). Sin que Adeline corroborara que la tarde del domingo Vincent partiera de la fonda con el trípode. Bernard, por otra parte, no fue un testigo relevante de los hechos al llegar a Auvers el día del entierro de su amigo (43). Pero coincidió con Adeline al comentar que el caballete y otros útiles del holandés se instalaron preliminarmente junto al ataúd.

El suceso publicado en el semanario local (L’Echo Pontoisien), ubicándolo “en el campo” sin especificar, contribuyó a divulgar la falsa idea de que Vincent se hirió mortalmente con un revólver en los maizales del cementerio. Existe, no obstante, controversia sobre si el disparo se produjo en las proximidades del castillo o del barrio de Chaponval en un corral de la calle Boucher. Aunque en este caso, el artista se habría dirigido a la posada recorriendo maltrecho las calles céntricas de Auvers; lo que difícilmente hubiera pasado desapercibido por el vecindario un festivo por la tarde.

Respecto al revólver, forma parte de