artista y científico que navegó junto al capitán J. Cook, quien describió en 1769 el proceso del tatuaje de la Polinesia. Los marineros del capitán J. Cook iniciaron la tradición de los hombres de mar tatuados y extendieron rápidamente esta afición entre los marineros, quienes aprendieron el arte y lo practicaron a bordo. Muchos de los marineros encontraron llamativa la cultura y las costumbres que caracterizaban a los diversos pueblos primitivos de la Polinesia, expresando su entusiasmo con el gesto de tatuarse ellos mismos. Pero con el tiempo esas inscripciones sirvieron para identificar a los “revoltosos”, por ejemplo en el motín del Bounty, ocurrido en 1789. El juicio contra los amotinados propició el estereotipo de la asociación entre los tatuajes y la delincuencia. (9)
El tatuaje constituye un capítulo en la historia del adorno, los emblemas nobiliarios y guerreros, las manifestaciones afectivas y otras muchas ideas humanas. El tatuaje es además un documento histórico y socio-antropológico, y en rigor una de las primeras manifestaciones de los graffiti. Por otra parte, durante las Guerras Mundiales, el tatuaje representó una señal de pertenencia entre los soldados, pero es sólo a partir de la década del 60’ que se convirtió en sinónimo de rebeldía. Así, el tatuaje ha estado presente en cada época sobre la piel de muchas personas, como testimonio de su carácter perenne.
En cuanto a la era postmoderna, es a finales de los años sesenta que se comienza a hablar de tatuaje y de tatuadores, por ejemplo, en España, práctica que, por cierto, comenzó en las zonas portuarias, donde se tatuaban las poblaciones de marineros, pero no es hasta finales de los años setenta que el fenómeno se difundió todavía más, particularmente entre las clases medias altas, con el nacimiento de una cultura alternativa que consideraba este arte como una forma de extravagancia. Y en los años ochenta, bajo el impulso de las culturas juveniles como el punk, heavy, rocker y de otras nuevas tendencias, los jóvenes empezaron a interesarse por el tatuaje y a considerarlo como una práctica que generaba un sentimiento de pertenencia grupal y como un mecanismo de producción de alteridad, pues su inscripción en el cuerpo representaba distancia y diferenciación del mundo adulto y de la cultura hegemónica.(10)
Ahora bien, cuando se hace referencia a las culturas juveniles, se está aludiendo a un modo “en que las experiencias sociales de los jóvenes son expresadas colectivamente mediante la construcción de estilos de vida distintivos, localizados en el tiempo libre, o en espacios intersticiales de la vida institucional. Esto último se asocia a la construcción de estilos juveniles, que están compuestos por una serie de elementos culturales, entre los cuales puede destacarse: primero, el lenguaje: como forma de expresión oral distinta a la de los adultos, pues los jóvenes realizan juegos lingüísticos e inversiones lingüísticas que marcan la diferencia con los otros; en segundo lugar, la música: donde el género del rock se transformó en la primera música generacional, que fue capaz de distinguir a los jóvenes, internalizándose en el imaginario cultural juvenil, y marcando las identidades grupales, producto de su consumo o de la creación; y en tercer lugar, la estética: que potencia la identidad juvenil a través, por ejemplo, del pelo, la ropa, los accesorios, entre otros. Así,, nos encontramos con producciones culturales que se construyen a partir de revistas, videos, músicas, graffitis, perforaciones y tatuajes. Estas producciones cumplen la función de reafirmar las fronteras del grupo y también de promover el diálogo con otras instancias sociales juveniles. (11)
Tradicionalmente los tatuajes, en las sociedades prehistóricas y/o protohistóricas, jugaron un rol de integración social y no constituían en lo más mínimo, un elemento trasgresor para ese grupo cultural. Hoy sin embargo, la significancia de este fenómeno en las sociedades contemporáneas, ha dado un vuelco que lo traslada al lado opuesto de dicha significación: todo parece indicar que en la actualidad los jóvenes se tatúan para activar un proceso de diferenciación, ya no lo hacen como antiguamente se hacía, para ser “uno más”, sino que lo hacen para ser “uno menos”, y actualmente ya no se considera como una práctica cultural
heredada, sino más bien como una práctica cultural adoptada por los/as adolescentes.
Pero, ¿por qué los jóvenes se tatúan si es algo que los va a diferenciar dentro de su propio grupo cultural? Esta pregunta es clave para ahondar sobre este tema, que intenta entender esta práctica dentro del contexto socio-histórico y cultural en el que toma significancia y bajo el cual se constituye. Para ir adentrándonos en este punto, vale la pena destacar lo que Guattari postula sobre los cuerpos de los jóvenes que se encuentran hoy frente a la “encrucijada entre –por un lado– el cuerpo-objeto, en tanto cuerpo cosificado, capitalizado y puesto a rendir en la escena del consumo y la moda, como efecto de la trama mediática promovida por el mercado y el tráfico de las imágenes, o bien, en tanto cuerpo sospechoso, que marcado y estigmatizado por los circuitos de la seguridad urbana, se lo castiga y excluye como objeto peligroso para la hegemonía del orden social dominante. (9)
Desde esta perspectiva, los tatuajes actúan como una pretensión de evadir el control social que pesa sobre el cuerpo. De ahí, que estas prácticas se pueden traducir como tácticas de apropiación corporal para su posterior expropiación simbólica. Las culturas juveniles van siendo constituidas a partir de un campo de fuerzas tensionado por interferencias de la cultura de masas y del mundo de la moda, donde se enfrentan y ponen en conflicto los retazos de lo efímero y lo perdurable, por lo que, a través del tatuaje, los jóvenes encuentran una nueva vía de expresión, un modo de alejarse de la normalidad que no les satisface, estos procesos los llevan a gobernar su propia imagen ante los demás y a apoyarse en el grupo de pares (12).
La marca les permite recuperar/apropiarse de su cuerpo que simboliza y reproduce la “exclusión” de la que el sujeto es objeto (interpretados desde este punto de vista como violencia simbólica), entonces, éstos son cuerpos desadaptados sociales, que en realidad, son cuerpos adaptados a la reproducción de la situación de “exclusión”. El tatuado aparece como autoestigmatizado, dado que él elige tatuarse a pesar de que la sociedad lo evaluará, juzgará y clasificará; actúa entonces en estos casos como una provocación que saca a la luz los prejuicios sociales y el estigma se materializa en el tatuaje: marca que visibiliza lo que podría permanecer oculto o al menos no tan visible (Rocha, s.d.). Es así que van surgiendo y multiplicándose los colectivos de jóvenes que han tomado como opción y forma de vida la práctica de hacer mutar sus propios cuerpos, entendiendo que, dicha práctica de metamorfosis corporal, se orienta al interior de una resistencia contra un sistema que ha hecho de lo evanescente, lo descartable y lo desechable uno de sus valores y normas sociales predilectas.
Bajo este contexto, es el propio cuerpo el que se convierte en sujeto para cierto tipo de jóvenes urbanos que han optado por dejar huellas imborrables sobre sus pieles, imponiendo un valor agregado, perenne, que fractura el propio culto a los emblemas de lo nuevo pero transitorio. Por medio del tatuaje, se exhibe el rechazo a la normalidad, entendida como norma, donde lo normal es