Rosácea: Causas, síntomas y tratamientos para una piel saludable
Autora principal: Alexia Samantha Gray Ortega
Vol. XX; nº 07; 325
Rosacea: Causes, symptoms, and treatments for healthy skin
Fecha de recepción: 10 de marzo de 2025
Fecha de aceptación: 9 de abril de 2025
Incluido en Revista Electrónica de PortalesMedicos.com Volumen XX. Número 07 Primera quincena de abril de 2025 – Página inicial: Vol. XX; nº 07; 325
Autores:
- Alexia Samantha Gray Ortega. Médica Cirujana. Investigadora independiente. San José, Costa Rica. https://orcid.org/0009-0003-9231-2377
- Betzi Alejandra Montero Jiménez. Médica Cirujana. Investigadora independiente. San José, Costa Rica. https://orcid.org/0009-0000-2081-1933
- Nancy Elena Ramírez Varela. Médica Cirujana. Investigadora independiente. San José, Costa Rica. https://orcid.org/0009-0001-3005-3408
Palabras clave: Rosácea, inflamación, eritema, telangiectasia, pápulas, pústulas.
Key words: Rosacea, inflammation, erythema, telangiectasia, papules, pustules.
Resumen:
La rosácea es una afección cutánea inflamatoria crónica que se manifiesta con eritema facial, telangiectasia, pápulas y pústulas, afectando entre el 1% y el 20% de la población mundial. Su impacto en la calidad de vida es significativo, generando problemas psicosociales como ansiedad y aislamiento social, además de una carga económica derivada del tratamiento y la posible pérdida de productividad laboral.
Su desarrollo se debe a una interacción compleja de factores genéticos, ambientales, inmunológicos, microbianos y neurovasculares. Entre los factores de riesgo se incluyen la predisposición genética, la exposición a desencadenantes como el sol y el estrés, y la desregulación inmunitaria. Se ha vinculado la rosácea con niveles de vitamina D, la microbiota cutánea (especialmente ácaros Demodex) y el eje intestino-piel.
Existen cuatro subtipos principales: la rosácea eritematotelangiectásica, caracterizada por enrojecimiento y vasos sanguíneos visibles; la papulopustulosa, con pápulas inflamatorias; la fimatosa, con engrosamiento cutáneo; y la ocular, que afecta los ojos. Su diagnóstico se basa en la evaluación clínica, diferenciándola de otras afecciones dermatológicas.
El tratamiento incluye opciones tópicas como metronidazol e ivermectina, antibióticos orales como doxiciclina y, en casos graves, isotretinoína. También se emplean terapias con láser y medidas preventivas como la protección solar y el uso de productos adecuados para la piel. La dieta, el alcohol y el estrés pueden influir en la evolución de la enfermedad, por lo que un enfoque integral es clave en su manejo.
Abstract:
Rosacea is a chronic inflammatory skin condition that manifests with facial erythema, telangiectasia, papules and pustules, affecting between 1% and 20% of the world’s population. Its impact on quality of life is significant, generating psychosocial problems such as anxiety and social isolation, as well as an economic burden derived from treatment and possible loss of work productivity.
Its development is due to a complex interaction of genetic, environmental, immunological, microbial and neurovascular factors. Risk factors include genetic predisposition, exposure to triggers such as sun and stress, and immune dysregulation. Rosacea has been linked to vitamin D levels, skin microbiota (especially Demodex mites) and the gut-skin axis.
There are four main subtypes: erythematotelangiectatic rosacea, characterized by redness and visible blood vessels; papulopustular, with inflammatory papules; phymatous, with skin thickening; and ocular, which affects the eyes. Its diagnosis is based on clinical evaluation, differentiating it from other dermatological conditions.
Treatment includes topical options such as metronidazole and ivermectin, oral antibiotics such as doxycycline and, in severe cases, isotretinoin. Laser therapies and preventive measures such as sun protection and the use of appropriate skin products are also used. Diet, alcohol and stress can influence the evolution of the disease, so a comprehensive approach is key to its management.
Los autores de este manuscrito declaran que:
Todos ellos han participado en su elaboración y no tienen conflictos de intereses
La investigación se ha realizado siguiendo las Pautas éticas internacionales para la investigación relacionada con la salud con seres humanos elaboradas por el Consejo de Organizaciones Internacionales de las Ciencias Médicas (CIOMS) en colaboración con la Organización Mundial de la Salud (OMS).
El manuscrito es original y no contiene plagio.
El manuscrito no ha sido publicado en ningún medio y no está en proceso de revisión en otra revista.
Han obtenido los permisos necesarios para las imágenes y gráficos utilizados.
Han preservado las identidades de los pacientes.
Introducción:
La rosácea es una afección cutánea inflamatoria crónica que se manifiesta a través de eritema facial, telangiectasia, pápulas, pústulas y, en algunos casos, manifestaciones oculares. Esta condición afecta a un porcentaje significativo de la población mundial, con estimaciones de prevalencia que varían entre el 1% y el 20%, dependiendo de la región y la población estudiada (1; 2). Comprender la rosácea es esencial debido a su impacto en la calidad de vida de los pacientes, ya que puede generar consecuencias psicosociales notables, como la disminución de la autoestima y el aislamiento social (3).
Desde una perspectiva clínica, la rosácea se caracteriza por una inflamación crónica que provoca diversas manifestaciones cutáneas, como eritema, telangiectasia, pápulas y pústulas (1; 2). La patogénesis de esta enfermedad involucra una interacción compleja entre factores genéticos, ambientales, inmunológicos, microbianos y neurovasculares (1).
La importancia de comprender la rosácea radica en su impacto significativo en la calidad de vida de los pacientes. Las manifestaciones visibles de la enfermedad pueden provocar problemas psicosociales como ansiedad, depresión y aislamiento social (3). Además del impacto emocional, la carga económica de la rosácea también es considerable. Los costos del tratamiento médico, combinados con la posible pérdida de productividad laboral debido a la enfermedad, representan un factor a tener en cuenta en su manejo (4).
En cuanto a la prevalencia de la rosácea, los estudios han demostrado que la enfermedad afecta a una proporción de la población mundial que oscila entre el 1% y el 20%, con una incidencia aproximada del 5,5% (1; 3). Esta variabilidad en la prevalencia se debe a diferencias en la metodología de los estudios, la población analizada y la definición clínica utilizada. Entre los factores de riesgo asociados a la rosácea, se incluyen la predisposición genética, la exposición a factores ambientales y la desregulación de los sistemas inmunitario y neurovascular (1; 4). Es importante destacar que la enfermedad es más frecuente en personas con piel clara y suele agravarse debido a desencadenantes como la exposición solar, el estrés y ciertos alimentos (4).
El objetivo de este artículo es proporcionar una comprensión integral de la rosácea, abordando su definición, características clínicas, prevalencia y factores de riesgo. Además, se busca resaltar el impacto de esta afección en la calidad de vida de los pacientes, tanto a nivel físico como psicosocial, y la carga económica asociada. A través de una revisión de la literatura científica reciente, se pretende profundizar en la compleja interacción de factores genéticos, ambientales, inmunológicos, microbianos y neurovasculares que contribuyen a su desarrollo, con el fin de mejorar el conocimiento sobre su manejo y tratamiento.
Metodología:
Para el desarrollo de esta investigación sobre la rosácea y sus factores determinantes, se llevó a cabo una revisión bibliográfica exhaustiva con el objetivo de analizar las causas, características clínicas, factores desencadenantes, impacto psicológico y estrategias terapéuticas de la enfermedad. Esta revisión incluyó aspectos clave como la clasificación de los subtipos de rosácea, los mecanismos inflamatorios involucrados, los factores ambientales y emocionales que agravan la condición, así como las opciones de tratamiento disponibles.
Para garantizar la calidad y relevancia de la información seleccionada, se consultaron bases de datos científicas reconocidas, como PubMed, Scopus y Web of Science, debido a su prestigio y amplia cobertura en temas de dermatología, inmunología y terapéutica médica. Se establecieron rigurosos criterios de inclusión y exclusión para la selección de fuentes. Se incluyeron estudios publicados entre 2020 y 2025, en inglés o español, que abordaran los mecanismos fisiopatológicos de la rosácea, los factores ambientales y emocionales implicados, el impacto en la calidad de vida y las opciones terapéuticas innovadoras. Se excluyeron investigaciones con datos incompletos, publicaciones duplicadas o aquellas sin revisión por pares. Para la búsqueda, se utilizaron palabras clave como: Rosácea, inflamación, eritema, telangiectasia, pápulas, pústulas.
La búsqueda inicial identificó 24 fuentes relevantes, entre las cuales se incluyeron artículos originales, revisiones sistemáticas, estudios clínicos y documentos de organismos especializados en dermatología. A partir de estas fuentes, se realizó un análisis detallado para extraer información sobre los diferentes subtipos de rosácea, los factores internos y externos que la exacerban, las estrategias de manejo y los efectos emocionales en los pacientes.
El análisis se llevó a cabo utilizando enfoques cualitativos y comparativos. Se sintetizaron los hallazgos y se organizaron en categorías temáticas, lo que permitió identificar patrones comunes en la evolución de la enfermedad, correlaciones con factores ambientales y emocionales, así como la efectividad de diversas terapias. Este enfoque integral proporciona una visión estructurada del estado actual del conocimiento sobre la rosácea y sus implicaciones clínicas, destacando oportunidades para futuras investigaciones y el desarrollo de estrategias terapéuticas más precisas en dermatología.
Causas y factores de riesgo:
La rosácea es una afección cutánea inflamatoria multifactorial cuya aparición y progresión están influenciadas por una compleja interacción de factores genéticos, ambientales, inmunológicos y microbiológicos. Dentro de estos, la predisposición genética desempeña un papel crucial, ya que diversos estudios han identificado la implicación de genes relacionados con la respuesta inmunitaria en el desarrollo de la enfermedad (5). Además, los factores ambientales, como los niveles de vitamina D, han sido objeto de estudio, y se ha encontrado que concentraciones séricas más altas de 25-hidroxivitamina D se asocian con un menor riesgo de desarrollar rosácea, lo que sugiere un posible efecto protector de esta vitamina (6).
El sistema inmunitario también juega un papel fundamental en la patogénesis de la rosácea, en particular a través de la desregulación de las vías de inflamación neurogénica. Se ha observado que ciertos mecanismos inmunológicos exacerban la inflamación, lo que contribuye a la manifestación de los síntomas característicos de la enfermedad (7). Uno de los factores que agravan esta respuesta inmunitaria es la presencia de ácaros Demodex, microorganismos que han sido vinculados con una mayor expresión de marcadores inflamatorios y, en consecuencia, con el agravamiento de la rosácea (8).
Desde el punto de vista genético, estudios de asociación de todo el genoma han permitido identificar la presencia de genes específicos relacionados con la respuesta inmunitaria, lo que respalda la idea de que la predisposición genética es un factor determinante en la susceptibilidad a la rosácea (5).
Por otro lado, los factores ambientales también tienen un impacto significativo en la rosácea. Investigaciones recientes han demostrado que niveles elevados de vitamina D en el organismo pueden reducir el riesgo de padecer esta afección, lo que sugiere que esta vitamina podría desempeñar un papel protector. Sin embargo, la exposición a los rayos ultravioleta (UV) es un factor de riesgo que puede influir en el metabolismo de la vitamina D y, al mismo tiempo, contribuir al desarrollo de la rosácea al inducir una respuesta inflamatoria exacerbada (6).
El sistema inmunológico, además de estar influenciado por factores genéticos y ambientales, también se ve afectado por la microbiota cutánea. En este sentido, la rosácea se ha asociado con una respuesta inmunitaria desequilibrada en la que la inflamación neurogénica desempeña un papel crucial. La vía TRPV1-NGF-TrkA ha sido identificada como un mecanismo clave en la regulación de la inflamación en la piel de pacientes con rosácea, lo que sugiere que la desregulación de esta vía puede contribuir a la inflamación persistente y a los cambios vasculares característicos de la enfermedad (7).
Asimismo, la relación entre la rosácea y la microbiota cutánea ha sido ampliamente estudiada, y se ha encontrado que la presencia de ácaros Demodex se asocia con un aumento de la inflamación. Estos microorganismos pueden interactuar con el sistema inmunológico y agravar los síntomas de la enfermedad debido a su capacidad para estimular la respuesta inflamatoria (Lee et al., 2023). Además, el eje intestino-piel ha cobrado relevancia en los estudios recientes, ya que se ha descubierto que la microbiota intestinal también puede influir en la salud cutánea. Algunos géneros bacterianos presentes en el intestino han mostrado efectos protectores contra la rosácea, lo que indica que el equilibrio de la microbiota intestinal podría desempeñar un papel en la regulación de la inflamación cutánea (5; 8).
Síntomas y tipos de rosácea:
la rosácea eritematotelangiectásica (RET) es la forma más frecuente y se distingue por un enrojecimiento facial persistente acompañado de vasos sanguíneos visibles, conocidos como telangiectasias. Este subtipo se asocia con un aumento de la perfusión sanguínea y una inflamación cutánea predominante en áreas como las mejillas y la frente. Estudios recientes han utilizado imágenes con contraste láser moteado para evaluar estos cambios vasculares, proporcionando evidencia sobre la alteración del flujo sanguíneo en los pacientes con RET (9). La prevalencia de este subtipo es significativa, ya que afecta aproximadamente al 56,7% de las personas con rosácea, lo que lo convierte en la forma más común de la enfermedad (10).
Otro subtipo importante es la rosácea papulopustulosa (RPP), que comparte algunas características con el acné debido a la presencia de pápulas y pústulas inflamatorias. A diferencia de la RET, que se caracteriza principalmente por alteraciones vasculares, la RPP se asocia con un incremento de la inflamación y de la perfusión sanguínea en múltiples áreas del rostro, incluyendo la frente, las mejillas, la nariz y el mentón (9). Este subtipo es también altamente prevalente, afectando al 43,2% de los pacientes con rosácea (10). En términos de tratamiento, se ha demostrado que el peróxido de benzoilo microencapsulado y la espuma de minociclina son opciones terapéuticas eficaces para reducir la inflamación y mejorar la sintomatología en pacientes con RPP (11).
Por otro lado, la rosácea fimatosa es un subtipo menos frecuente pero con manifestaciones cutáneas más evidentes y progresivas. Se caracteriza por un engrosamiento de la piel, que suele presentarse con mayor frecuencia en la nariz, dando lugar a una condición conocida como rinofima. Este subtipo tiene una prevalencia del 7,4% entre los pacientes con rosácea y es más común en hombres, lo que sugiere un posible componente hormonal o genético en su desarrollo (10).
Finalmente, la rosácea ocular es una variante de la enfermedad que afecta los ojos, provocando síntomas como sequedad, irritación, sensación de cuerpo extraño y enrojecimiento ocular. A pesar de que suele ser menos conocida que las manifestaciones cutáneas, su impacto en la calidad de vida de los pacientes es significativo, ya que puede derivar en complicaciones si no se maneja adecuadamente. Se estima que la rosácea ocular está presente en aproximadamente el 11,1% de los casos diagnosticados de rosácea (10).
Diagnóstico:
La evaluación clínica de la rosácea es fundamental para su diagnóstico preciso y la implementación de un tratamiento adecuado. Este proceso comienza con una detallada recopilación del historial del paciente, donde se consideran datos demográficos y la sintomatología específica. Se ha observado que la rosácea afecta con mayor frecuencia a mujeres de entre 30 y 50 años, y sus manifestaciones incluyen eritema facial persistente, pápulas y pústulas, síntomas que pueden variar en intensidad y extensión según el subtipo de la enfermedad (11; 12).
Además de los síntomas clínicos, es esencial identificar los factores desencadenantes y exacerbantes de la afección. Tradicionalmente, se ha documentado que la exposición al sol, los cambios bruscos de temperatura y el estrés pueden agravar la rosácea. Sin embargo, investigaciones recientes han señalado otros desencadenantes menos estudiados, como la exposición al polen y la influencia de los cambios hormonales asociados con la menstruación (12).
El impacto emocional y psicológico de la rosácea también debe considerarse dentro de la evaluación clínica, ya que esta afección puede afectar significativamente la calidad de vida de quienes la padecen. Se ha reportado que muchos pacientes experimentan ansiedad y depresión debido a la alteración estética que provoca la rosácea y al estigma social asociado con su apariencia (12).
Uno de los desafíos en el diagnóstico de la rosácea es su diferenciación con otras afecciones dermatológicas que pueden presentar síntomas similares. Por ejemplo, el acné y la rosácea comparten la presencia de pápulas y pústulas, pero la rosácea se distingue por la ausencia de comedones y la presencia de eritema persistente y telangiectasias. De igual forma, el lupus eritematoso puede presentar un exantema malar que recuerda a la rosácea, aunque en el lupus suelen existir síntomas sistémicos y marcadores serológicos específicos que permiten diferenciar ambas enfermedades. Otra afección a considerar en el diagnóstico diferencial es la dermatitis, que puede presentar lesiones eritematosas similares a las de la rosácea, pero que generalmente incluyen prurito y están relacionadas con la exposición a alérgenos (13).
En casos atípicos donde el diagnóstico clínico no es concluyente, pueden emplearse pruebas complementarias para apoyar la identificación de la rosácea. Entre estas pruebas, los biomarcadores inflamatorios han sido objeto de estudio, con hallazgos que muestran niveles elevados de interleucina-1 beta (IL-1β), factor de necrosis tumoral alfa (TNF-α) y otras citocinas proinflamatorias en pacientes con rosácea (3; 14).
Otro método complementario que ha demostrado ser prometedor es la utilización de imágenes con contraste con láser moteado. Esta técnica no invasiva permite evaluar la perfusión sanguínea facial y diferenciar los subtipos de rosácea a través del análisis de la dinámica del flujo sanguíneo cutáneo (9).
Asimismo, la medición de quimiocinas séricas ha emergido como un posible indicador de la gravedad de la rosácea. Estudios recientes han encontrado que niveles elevados de quimiocinas como CCL3, CXCL8, CXCL9 y CXCL10 están correlacionados con una mayor intensidad de la inflamación en pacientes con esta enfermedad, lo que sugiere su potencial utilidad como herramienta diagnóstica y pronóstica (5).
Tratamientos disponibles:
Uno de los tratamientos tópicos más utilizados es el metronidazol, un agente con propiedades antiinflamatorias que ha demostrado ser eficaz en la reducción del eritema y las pápulas inflamatorias características de la rosácea (2; 15). Su mecanismo de acción no solo ayuda a disminuir la inflamación, sino que también contribuye a mejorar la función de la barrera cutánea. Otro agente ampliamente empleado es el ácido azelaico, el cual actúa sobre diversas vías inflamatorias de la piel, logrando una disminución de las lesiones y del enrojecimiento facial (3).
Asimismo, la ivermectina se ha convertido en un tratamiento tópico relevante debido a su capacidad para reducir la proliferación de los ácaros Demodex, microorganismos que desempeñan un papel en la patogénesis de la rosácea. Además de su acción antiparasitaria, la ivermectina ha mostrado efectos antiinflamatorios, lo que la hace útil en el tratamiento de las lesiones inflamatorias asociadas con la enfermedad (3).
Para los casos de rosácea moderada a grave, se recurre a la terapia oral, en la que los antibióticos desempeñan un papel clave. La doxiciclina es uno de los antibióticos más utilizados, no tanto por su acción antibacteriana, sino por sus efectos antiinflamatorios, los cuales permiten controlar la inflamación crónica y reducir las manifestaciones clínicas de la enfermedad (3).
En los casos más graves y recalcitrantes de rosácea, la isotretinoína en dosis bajas representa una opción terapéutica eficaz. Este retinoide oral ha demostrado su capacidad para reducir significativamente las pápulas, pústulas y el eritema persistente. Sin embargo, su uso requiere una monitorización estricta debido a los posibles efectos adversos, incluyendo alteraciones hepáticas y sequedad extrema de la piel y las mucosas (16).
Además de las opciones farmacológicas, las terapias basadas en láser y luz han cobrado relevancia en el manejo de la rosácea. Estas técnicas, que incluyen la terapia con luz pulsada intensa y el láser vascular, han demostrado ser eficaces en la reducción del enrojecimiento facial y la telangiectasia, proporcionando una alternativa no farmacológica para los pacientes que buscan mejorar la apariencia de su piel. Al actuar sobre los vasos sanguíneos dilatados y reducir la inflamación, estos procedimientos pueden complementar las terapias tópicas y sistémicas, logrando un control más efectivo de la enfermedad (2).
El cuidado dermatológico también es un pilar fundamental en el manejo de la rosácea. La hidratación adecuada y el uso de protección solar son esenciales para mantener la barrera cutánea en óptimas condiciones y prevenir exacerbaciones. Los pacientes con rosácea deben utilizar cremas hidratantes que refuercen la función de la barrera cutánea y filtros solares de amplio espectro para minimizar los efectos dañinos de la radiación ultravioleta, un factor conocido por agravar la enfermedad (16).
Asimismo, es fundamental elegir productos adecuados para el cuidado de la piel. Se recomienda el uso de productos no comedogénicos, libres de fragancias e irritantes, ya que algunos ingredientes agresivos pueden desencadenar brotes o empeorar el enrojecimiento facial (15).
Factores desencadenantes y prevención:
El estilo de vida y los factores ambientales desempeñan un papel fundamental en la manifestación y exacerbación de la rosácea. Entre estos factores, la dieta y el consumo de alcohol han sido ampliamente estudiados debido a su influencia en la gravedad de la enfermedad. Se ha observado que ciertos alimentos pueden actuar como desencadenantes, mientras que otros pueden tener efectos beneficiosos. En un estudio, el 70,5% de los pacientes con rosácea afirmaron que la alimentación tenía un impacto significativo en la evolución de su condición. En particular, los lácteos, la carne y el alcohol han sido identificados como factores que pueden agravar los síntomas, mientras que una dieta rica en verduras, legumbres, pescado azul, aceite de oliva y frutos secos parece estar asociada con una mejor tolerancia cutánea y una menor frecuencia de brotes (17).
El estrés y los factores emocionales también han sido señalados como desencadenantes clave de la rosácea. La relación entre el estrés y la salud cutánea está bien documentada, y en el caso de la rosácea, el estrés puede agravar los síntomas a través de respuestas fisiológicas que afectan la función de la piel. Los episodios de estrés emocional pueden provocar un aumento del flujo sanguíneo a la piel, lo que a su vez ocasiona enrojecimiento y exacerbaciones en los pacientes con rosácea (18).
Otro factor ambiental de gran relevancia es la exposición al sol y las temperaturas extremas. Se ha identificado la radiación UV como el principal desencadenante ambiental de la rosácea, ya que induce inflamación y enrojecimiento a través de la activación de procesos proinflamatorios en la piel . Además, tanto el calor como el frío extremos pueden afectar la función de la barrera cutánea y los vasos sanguíneos, contribuyendo así a la aparición de síntomas. La exposición prolongada a condiciones climáticas adversas puede provocar una respuesta exacerbada en la piel de los pacientes con rosácea, lo que subraya la importancia del uso de protección solar y de medidas que minimicen la exposición a temperaturas extremas (19
El uso de cosméticos y productos irritantes representa otro factor que puede influir en el desarrollo y la gravedad de la rosácea. Algunos productos para el cuidado de la piel contienen fragancias o productos químicos agresivos que pueden desencadenar reacciones adversas y provocar brotes. En este contexto, los compuestos naturales presentes en los productos dermatocosméticos han ganado popularidad, ya que suelen ser mejor tolerados y pueden ofrecer beneficios adicionales en el tratamiento de la rosácea (19).
Impacto psicológico y calidad de vida:
El impacto psicológico de la rosácea es significativo y puede afectar de manera profunda la calidad de vida de quienes padecen esta afección. Diversos estudios han demostrado que los pacientes con rosácea presentan una calidad de vida relacionada con la salud más baja en comparación con la población general. Esto se refleja en puntuaciones más bajas en el Índice de Calidad de Vida Dermatológica, una herramienta utilizada para evaluar la afectación emocional y social de las enfermedades cutáneas (20).
El estrés psicológico juega un papel importante en la evolución de la rosácea, ya que las enfermedades inflamatorias de la piel suelen estar estrechamente relacionadas con la salud mental. Se ha identificado que el estrés puede exacerbar los síntomas de la rosácea a través de mecanismos neurobiológicos, que incluyen la activación de citocinas proinflamatorias y la alteración de la respuesta inmunitaria cutánea. En este sentido, la relación entre el estado emocional y la progresión de la enfermedad puede generar un círculo vicioso en el que el estrés agrava los síntomas, lo que a su vez contribuye a una mayor angustia psicológica (21).
Entre los trastornos emocionales más frecuentes en pacientes con rosácea se encuentran la ansiedad y la depresión, condiciones que no solo afectan el bienestar psicológico sino que también pueden influir en la percepción de los síntomas y en la respuesta al tratamiento. La carga emocional derivada de la rosácea puede llevar a sentimientos de vergüenza, inseguridad y estigmatización, afectando la autoestima y promoviendo el aislamiento social (22).
Dada la estrecha conexión entre la rosácea y el bienestar psicológico, el apoyo emocional y el enfoque integral en el tratamiento resultan fundamentales para mejorar la calidad de vida de los pacientes (20). La incorporación de medidas de resultado informadas por los propios pacientes permite adaptar los tratamientos a sus necesidades individuales y optimizar la eficacia terapéutica (23). Además, la Academia Europea de Dermatología y Venereología recomienda la utilización de herramientas específicas, como el índice de calidad de vida dermatológica y el ROSAQol, para evaluar el impacto del tratamiento en la calidad de vida y guiar la toma de decisiones clínicas (24).
Las experiencias y testimonios de pacientes con rosácea destacan la importancia de abordar tanto los síntomas físicos como los efectos psicológicos de la enfermedad. Muchos de ellos expresan sentimientos de estigmatización debido a la visibilidad de las lesiones en la piel, lo que puede generar incomodidad en interacciones sociales y en el ámbito laboral. Estas vivencias refuerzan la necesidad de un enfoque holístico en el tratamiento, que no solo contemple estrategias médicas para el control de los síntomas, sino también intervenciones psicológicas y de apoyo que ayuden a mejorar la confianza y la adaptación de los pacientes a su condición (23).
Conclusiones:
La rosácea es una enfermedad inflamatoria crónica con una compleja interacción de factores genéticos, ambientales, inmunológicos y microbiológicos en su desarrollo. Su impacto va más allá de los síntomas cutáneos, afectando significativamente la calidad de vida de los pacientes, con consecuencias emocionales, psicológicas y económicas. La carga de la enfermedad incluye ansiedad, depresión y aislamiento social, además de los costos asociados con tratamientos y pérdida de productividad laboral.
La identificación temprana y el diagnóstico diferencial de la rosácea son fundamentales para su adecuado manejo, ya que puede confundirse con otras afecciones dermatológicas. Las opciones terapéuticas incluyen tratamientos tópicos como metronidazol, ácido azelaico e ivermectina, así como terapias orales y procedimientos con láser para casos más avanzados. Un enfoque integral que combine farmacoterapia con cuidados dermatológicos y estrategias de prevención puede mejorar la evolución de la enfermedad.
Factores como la exposición al sol, el estrés, la dieta y los cambios hormonales pueden agravar la rosácea, lo que resalta la importancia de la prevención en su manejo. El uso de protección solar, una alimentación equilibrada y el control del estrés pueden contribuir a reducir la frecuencia e intensidad de los brotes. Además, la investigación sobre el papel de la microbiota cutánea e intestinal abre nuevas posibilidades para tratamientos más personalizados y eficaces en el futuro.
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