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Transculturación del consumismo sanitario y medicalización en la globalización

Por otra parte, los resultados en la situación de salud de la población mejoran ostensiblemente en la medida en que la sociedad se estructure de manera más equitativa. Por ejemplo, en el Japón existen más equidades con respecto a las remuneraciones económicas por el trabajo desempeñado. En el país del sol naciente, devastado tras la Segunda Guerra Mundial, el primer ministro “gana apenas cuatro veces lo que gana un trabajador común. En las empresas niponas, el director ejecutivo gana comúnmente 10 veces más de lo que gana un empleado recién ingresado. En cambio, en Estados Unidos los ejecutivos ganan 475 veces más de lo que gana un trabajador raso” (Bezruchka, citado en Pickard, Ob. cit., p. 14). Hay que destacar en este punto que las diferencias entre salarios altos y bajos en el Japón no se presentan por el simple hecho de legislaciones laborales, sino que son trascendentales los valores de cohesión social y solidaridad de la sociedad en su conjunto, exaltando más el interés colectivo, en contraste con el individualismo norteamericano.

Además, con la desmembración de la antigua Unión Soviética, el sistema capitalista de libre mercado se extendió triunfante a Rusia y el resto de las ex-repúblicas socialistas. Esto significó que el otrora sistema soviético de salud, caracterizado por su concepción de servicio público gratuito, se desvaneciera lentamente. Se procedió entonces a realizar reducciones significativas en el presupuesto de los gobiernos con respecto a los programas de salud pública, con el catastrófico resultado de que inmediatamente apareció una epidemia de cólera que se extendió por todo el territorio (Heymann, 2002). Entonces, los cambios abruptos en el sistema de salud socialista para introducir la lógica capitalista neoliberal mostraron sus frutos amargos de manera contundente.

1.3. La medicalización de la sociedad.

En su trabajo Iniciativas frente al liberalismo globalizador, Sánchez Bayle (2009) señala que las repercusiones de la globalización sobre los sistemas sanitarios son la consecuencia de una estrategia general que se podría resumir en desregulación, privatización y mercantilización, y que en términos generales está expresada en los acuerdos y propuestas de la Organización Mundial del Comercio (OMC) y el Fondo Monetario Internacional (FMI). Esta estrategia se aplica de maneras muy diferentes en cada contexto concreto, pudiendo decirse que, en este aspecto, como en muchos otros, combina objetivos y tácticas generales con una aplicación flexible de los mismos en cada contexto concreto, de forma que su visibilidad en muchas ocasiones no es percibida por la mayoría de la población, y ni tan siquiera por los sectores directamente implicados.

Es así como, un aspecto negativo de este modelo norteamericanizado de la salud, es el que tiene que ver con lo que se conoce como medicalización. Por la misma se entiende el incremento del número de condiciones de la vida humana y del quehacer cotidiano que han pasado a ser consideradas objeto de atención médica, motivado por el crecimiento de la industria sanitaria y el prestigio del gremio médico.

La medicalización fue un concepto acuñado en los años 1970, destacando Iván Illich con su libro Némesis Médica (1978), en el cual se plantea una crítica romántica ante la paradoja de que en las sociedades modernas en las cuales se han incrementado de manera significativa los recursos humanos y financieros en salud, sin embargo se dan mejoras cada vez más pequeñas en el estado general de la salud. Según Illich, la medicina actual tiene un carácter de heterogeneidad y contraproductividad, debido a la medicalización de diversas funciones de la vida social anteriormente desempeñadas por otras agencias o instancias de la sociedad. El problema es que la medicina moderna se orienta tanto a curar enfermedades como a mejorar la salud, pero las mejoras no tienen límite y por ello se dan enormes incrementos en el gasto sanitario.

En tal sentido, partiendo de un análisis crítico del rol de los medicamentos en la práctica de profesionales de salud y consumidores, Barros (2008) recalca la influencia ejercida por las estrategias promocionales, tanto las más antiguas como las más recientes, por iniciativa de los productores, con el fin de reforzar valores y creencias que sobrepasan lo que se puede obtener con la utilización de un fármaco. Así, algunos ejemplos para ilustrar la medicalización serían el uso irracional de anfetaminas volcadas hacia el control del apetito, o hacia los niños clasificados como «hiperactivos» y «con déficit de atención», además de los fármacos para andropausia o depresión.

En el mismo orden de ideas, puede afirmarse que el modo de vida impuesto por el capitalismo global está íntimamente ligado al proceso de producción y de consumo de bienes materiales, creando una ola consumista que tienden a promover las mismas prescripciones por la vía del consumo de drogas médicas, el auge de nuevas terapias, la medicalización de comportamientos atípicos y el tratamiento farmacológico de toda sintomatología depresiva (Llambias Wolff, 2003).

Por otra parte, Vara (2008) describió el problema de la medicalización de la vida diaria de las personas con fines económicos o de marketing, por medio de la creación de enfermedades o la exageración de situaciones fisiológicas, asociándolas con posibles sufrimientos o patologías, situación que ha sido denominada como disease mongering.

Dicho fenómeno sería una de las consecuencias de un cambio en las reglas de juego de la actividad científica, marcado por una creciente mercantilización de la misma. Autores como Krimsky (citado por Vara, Ob. cit.) atribuyen este cambio a la nueva legislación aplicada en los Estados Unidos para promover la transferencia de tecnología y el reconocimiento de la propiedad intelectual a través del otorgamiento de patentes, que se impuso al resto del mundo a través de la OMC.

Otros autores que se refirieron a la medicalización de la sociedad, según señala Luz (2000, p. 27), fueron Michel Foucault (1963), Dupuy y Karsenty (1974), Clavreul (1978), Attali (1979) y Boltanski (1979). En todos estos trabajos se resaltó “el carácter socialmente invasivo y, al mismo tiempo, estrechamente ligado al orden político, social y económico de las sociedades industriales de la medicina nacida con la revolución industrial y convertida en dominante en los últimos ciento cincuenta años” (Luz, 2000, p. 27).

Son ejemplos de medicalización el envejecimiento, la caída del cabello, la ansiedad, el insomnio, la disfunción eréctil, la obesidad, las cirugías estéticas, entre otras, las cuales pasaron de ser consideradas como parte de la vida, a ser susceptibles de intervención y tratamiento médico. Todas estas situaciones pretenden ser resueltas en el mayor de los casos con medicamentos, obviando otros métodos de tratamientos alternativos, muchas veces más efectivos, para satisfacer la cada vez más rentable y poderosa industria farmacéutica multinacional y fortalecer la mercantilización de la medicina.

De manera que, se ha transculturizado en las sociedades en vías de desarrollo la medicalización, que puede conllevar al consumismo sanitario. Se refuerza de esta forma el modelo curativista de la atención en salud, con énfasis en el nivel hospitalario. Esta es la representación social dominante que existe de la salud en la mayor parte de la población, y en ese contexto el modelo curativo proporcionado por el Estado es la única alternativa que se percibe en el imaginario colectivo para reponer la salud. Así, en Venezuela a partir de la década de 1970 “el énfasis en la medicina curativa continúa y trae como consecuencia un descuido en las estrategias y programas de prevención y saneamiento… Actualmente la situación de salud de la población venezolana sigue más o menos igual.” (Pedrique, 2008, p. 165).

Esto ha influido en el descuido hacia la atención primaria en salud, que implica la educación para la salud, medidas preventivas como las inmunizaciones y la vacunación, dotar de agua potable y correcta disposición de excretas a las comunidades, desarrollar planes masivos de construcción de viviendas populares, promover la participación comunitaria, atacar el hambre y, en fin, ofrecerle mejores condiciones de vida a todos los estratos de la población, como parte de una política social de Estado.

Esta medicalización, que se presenta con gran fuerza en regiones como América Latina, Asia y África, que forma parte de un modelo sanitario implantado mediante la transculturación del capitalismo globalizador, se ha encargado de crear necesidades de salud que no se corresponden con el verdadero perfil epidemiológico de los sectores más numerosos de dichas regiones. Así por ejemplo, en Venezuela no se realizan investigaciones sistemáticas para el desarrollo de medicinas destinadas a cubrir las necesidades sanitarias nacionales, siendo escaso el desarrollo de drogas autóctonas (La Cruz citado en Añez Ferrer, 1995).

Es necesario en este punto enfatizar que la industria farmacéutica multinacional está concentrada en los países económicamente más poderosos. En el negocio de los fármacos, lo que pareciera concernir con exclusividad a los laboratorios del Norte industrializado no es la salud de las personas en las sociedades en vías de desarrollo, sino que el interés es única y vulgarmente económico.

Así pues, la investigación en salud a nivel mundial no se corresponde con los grandes problemas de salud de las masas, sino con las necesidades de las sociedades opulentas y los estratos pudientes de los países subdesarrollados, que son quienes pueden pagar los altos costos en tecnología y medicamentos. De manera tal que las mayores inversiones en investigación se realizan sobre enfermedades crónico-degenerativas (Briceño-León, 1999), mientras que las llamadas patologías del mundo subdesarrollado, que son las enfermedades infectocontagiosas (malaria, VIH-SIDA, dengue y tuberculosis, entre otras), siguen cobrando numerosa vidas año tras año.

Para ilustrar lo arriba señalado, según el Informe Sobre Desarrollo Humano 2003, se observa que en el mundo existen 42 millones de personas que viven con el VIH/SIDA, de las que 39 millones pertenecen a países en desarrollo. La tuberculosis sigue siendo (junto con el SIDA) la enfermedad infecciosa con mayor mortalidad en adultos, causando hasta 2 millones de muertes al año. Las muertes por malaria, actualmente 1 millón al año, podrían duplicarse en los próximos 20 años.

Por otra parte, en cuanto a los estudios culturales resulta pertinente abordar el análisis de los patrones de comportamiento y consumo de la población, teniendo en cuenta que la globalización ha introducido cambios en dichos factores. Cuando se habla de consumo de la población obviamente que se trata de diversos bienes y servicios, sin embargo, es relevante para la salud específicamente el consumo referido a la alimentación. Esto se justifica por el hecho de que la calidad de la alimentación es decisiva en la determinación del perfil epidemiológico de la población.

Se argumenta que la globalización ha introducido cambios positivos en cuanto a la accesibilidad de diversas poblaciones a los alimentos. El mejoramiento progresivo de la higiene de los alimentos y productos gracias al comercio mundial puede motivar beneficios económicos y sanitarios tanto para los países exportadores como para los países importadores. Los países exportadores se benefician del acceso a nuevos mercados y de una protección más efectiva de la salud de su propia población, y los países importadores de nuevas posibilidades de obtener bienes de igual o mejor calidad a precios más bajos (OPS, 2003).

Pero también está latente la posibilidad de que se produzcan cambios negativos en los patrones de consumo de los alimentos. La OMS y la FAO presentaron un informe titulado Dieta, nutrición y prevención de las enfermedades crónicas (2003). El informe contiene las mejores pruebas científicas existentes acerca de la relación de la dieta, la nutrición y la actividad física con las enfermedades crónicas. El informe examina las enfermedades cardiovasculares, varios tipos de cáncer, la diabetes, la obesidad, la osteoporosis y las enfermedades dentales.

La carga que suponen las enfermedades crónicas está aumentando rápidamente; “en 2001 representaron aproximadamente un 59% de los 56,5 millones de muertes notificadas en todo el mundo y un 46% de la carga de morbilidad mundial” (OMS/FAO, 2003, p. 16). El informe concluye que la dieta con pocas grasas saturadas, azúcares y sal y abundantes frutas y hortalizas, combinada con la actividad física regular, tendrá gran impacto en la lucha contra esta elevada carga de mortalidad y morbilidad.

Lo interesante del informe es que deja claro que las enfermedades crónicas ya no son un problema exclusivo de las sociedades desarrolladas, puesto que se están incrementando paulatinamente en el mundo en desarrollo, aumentando las tasas de morbi-mortalidad por dichas causas.

Se hizo necesario entonces el planteamiento de la Estrategia Mundial sobre Régimen Alimentario, Actividad Física y Salud que preparó la OMS para enfrentar el crecimiento de la carga que suponen las enfermedades crónicas.

El excesivo consumo de los alimentos ricos en grasas saturadas, azúcares y sal son perniciosos para la salud. Una de las características de la globalización es el hecho de que los patrones de consumo de las sociedades desarrolladas basados en el modelo de las multinacionales se han extendido de manera global. Por lo tanto, los riesgos y peligros inherentes al consumo de los alimentos vendidos por estas cadenas de comida rápida se han ampliado a las sociedades en vías de desarrollo.

1.4. Conclusión.

En el sector salud, el modelo hospitalocéntrico, mecanicista, individualista y curativista de los Estados Unidos se ha extendido a muchas sociedades en vías de desarrollo. Esta transculturación es un obstáculo para solucionar los problemas de salud de los países en desarrollo, quienes están urgidos, además de medicamentos, de satisfacer necesidades básicas de alimentación, vivienda, empleo, educación y seguridad social, entre otros.

De manera que, el gasto en salud en las sociedades en vías de desarrollo tiene que hacer más énfasis en el nivel primario de atención en salud y no acentuarse de manera desmedida en la medicalización y el consumismo de corte norteamericano, fuertemente enfocado en el nivel terciario de atención en salud. La efectividad de un sistema de salud depende, antes que de la cantidad de los recursos, de la calidad con que se invierten.

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