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Trauma y salud. ¿Qué aportan los modelos de “descodificación biológica”?

Trauma y salud. ¿Qué aportan los modelos de “descodificación biológica”?

Autora principal: Yolanda Alonso Fernández

Vol. XVIII; nº 10; 458

Trauma and health. What do «biological decoding» models have to offer?

Fecha de recepción: 01/05/2023

Fecha de aceptación: 19/05/2023

Incluido en Revista Electrónica de PortalesMedicos.com Volumen XVIII. Número 10 Segunda quincena de Mayo de 2023 – Página inicial: Vol. XVIII; nº 10; 458 

Autora:

Yolanda Alonso Fernández

Departamento de Psicología, Universidad de Almería, Almería, España.

Resumen: Desde los años 90 del pasado siglo, la “descodificación biológica” se ha sumado con fuerza al mercado de modelos alternativos para el abordaje de la enfermedad. El interés popular contrasta con la ausencia casi total de revisiones de sus postulados o comprobaciones documentadas de su efectividad, tanto desde la observación clínica como estadística. El modelo se basa en el presupuesto general del origen psíquico de toda afección médica, y propone conexiones concretas y específicas entre el síntoma y el tipo de emoción o acontecimiento vital que lo provoca. El abordaje terapéutico se realiza a través de técnicas psicológicas cuyo objetivo es la comprensión de esas conexiones en la biografía del paciente y la modificación de las emociones subyacentes, de modo que los programas de los que el síntoma forma parte queden “descodificados”. Se discute la plausibilidad de estas ideas y se proponen líneas de investigación que permitan valorar su utilidad clínica.

Palabras clave: descodificación biológica, medicina alternativa, modelos de salud

Abstract: Since the 1990s, «biological decoding» has strongly joined the market of alternative models for approaching the disease. This popular interest contrasts with the almost complete lack of revisions of its postulates or documented proof of its effectiveness, both from clinical and statistical point of view. The model is based on the general assumption of the psychic origin of any medical condition, and proposes concrete and specific connections between the symptom and the type of emotion or life event that causes it. The therapeutic approach is conducted through the use of psychological techniques aimed at understanding these connections in the patient’s biography and modifying the underlying emotions, so that the programs of which the symptom is a part are «decoded». The plausibility of these ideas is discussed and lines of research are proposed to assess their clinical usefulness.

Keywords: biological decoding, alternative medicine, health models

La autora de este manuscrito declara que: El manuscrito es original y no contiene plagio, no ha sido publicado en ningún otro medio y no está en proceso de revisión en ninguna otra revista. El manuscrito no contiene imágenes ni gráficos. El manuscrito no consiste en una investigación empírica ni clínica. No hay identidades de pacientes cuyo anonimato necesite ser preservado.

El convencimiento de que los afectos, el temperamento o los hábitos tienen un papel central en el funcionamiento del organismo, y por ende en el desarrollo de enfermedades, forma parte de una línea de pensamiento que se puede rastrear hacia atrás hasta tiempos de Hipócrates. Se suele considerar a Galeno (siglo II d. C.) el pionero de la “psicosomática”, por elevar las pasiones al estatus de causas de la enfermedad de pleno derecho [1]. A pesar de los años de oscurantismo medieval y a pesar de la entrega casi completa de la medicina occidental al mecanicismo desde el siglo XIX, esta tradición nunca se ha abandonado. El termino pasiones se sustituye hoy en día sobre todo por el de emociones.

Las teorías psicogénicas de los males del cuerpo siempre han sido objeto de una mirada desconfiada por parte de la medicina convencional, y consideradas en ocasiones secundarias, como mucho complementarias cuando no directamente acientíficas. Esto viene siendo así incluso para modelos con un importante grado de reconocimiento, como la homeopatía o la medicina tradicional china. No es de extrañar entonces que la llamada “biodescodificación” o “descodificación biológica” (en adelante BDC) sea objeto de este recelo, que sin embargo no están en sintonía con el fuerte interés público que despierta.

Cuando se teclea en el buscador Google (abril de 2023) el término “biodescodificación” aparecen 454.000 entradas, en francés (“décodage biologique”) 106.000, alrededor de 32.000 en alemán (“biologisches Dekodieren”), más de 19.000 en inglés (“biodecoding”),13.300 en portugués (“biodecodificação”) y 2.500 en italiano (“decodifica biologica”). En esta búsqueda simple no hemos distinguido entre páginas web partidarias, contrarias o críticas; en cualquier caso, los números evidencian el interés.

Choca entonces la ausencia casi completa de literatura especializada. Tan allá como llegan nuestras posibilidades de búsqueda, no existen intentos de validación de sus postulados, comprobaciones empíricas, discusiones teóricas fundamentadas, observaciones clínicas o debates que se hayan trasladado a publicaciones de las que solemos llamar “científicas” (con doble arbitraje). Solamente alguna mirada desde la antropología [2] y algunos tímidos intentos de aplicación con diseño y resultados limitados [3, 4]. Esto nos sitúa lejos de saber si las ideas que defiende la BDC nos pueden llevar más adelante y a través de qué caminos, si deberíamos tal vez desecharlas por completo o si contienen partes aprovechables y cuáles.

La amplia difusión y aparente aceptación popular bien hacen a esta propuesta merecedora de una mirada neutral y escéptica (en el sentido estricto del término escepticismo, a saber, de reconocimiento de la imposibilidad de un conocimiento “verdadero” del mundo y de abstención de todo juicio). A lo largo de este artículo se expondrá con detalle, si bien solamente con ánimo informativo, el eje central del modelo y sus modos de intervención, se revisa el contexto de su aparición y se hace una revisión de la plausibilidad de sus planteamientos.

Trauma y enfermedad

La idea de que los problemas a los que uno se enfrenta en la vida repercuten en la salud es difícilmente cuestionable. Ignorar no solamente la historia y circunstancias de la persona sufriente, sino a la persona propiamente dicha, ha sido un precio que la medicina necesitaba pagar para evolucionar dentro del modelo mecanicista en los últimos dos siglos (y conseguir los avances médicos de los que todos nos congratulamos). Pero al ser olvidadas y artificialmente “troceadas” en aparatos independientes (coincidentes con las especialidades médicas), las personas buscan alternativas a una medicina en parte deshumanizada y poco equipada para una visión holista de la enfermedad y de la curación. Esto ha llevado a la medicina convencional a una fuerte crisis, ya largamente detectada [5, 6], a partir de la cual han surgido, resurgido o se han importado modelos alternativos que cubren esas lagunas. Toda la psicología de la salud, los modelos orientales y la naturopatía en general son ejemplos de ello.

La BDC es componente natural de esta corriente, si bien su germen principal cabe buscarlo en la medicina psicosomática clásica, que se podría definir brevemente como el estudio del origen psíquico de las dolencias físicas. La medicina psicosomática supuso la ratificación de una postura ante la enfermedad como objeto de estudio, la que considera que la biografía personal tiene que ver con ella. Los eventos vitales como elementos perturbadores explicativos de la enfermedad han tenido una consideración desigual a lo largo de la historia. Aunque desde Galeno se ha considerado esta posibilidad de forma ininterrumpida, fueron los médicos franceses y alemanes en el siglo XIX los primeros en introducir formalmente la desgracia, el desgaste y el trauma en la lista de posibles causas de la enfermedad, y no es una coincidencia que ésta fuera también la época en que la medicina occidental entró de lleno en su deriva mecanicista. Además de los autores clásicos de la medicina psicosomática de corte psicoanalítico, actualmente una gran cantidad de investigación basada en la teoría del apego demuestra que lo vivido en la infancia repercute en la salud adulta [7]. El estudio ACEs (Adverse Childhood Experiences) lo confirma de forma inequívoca [8]. Tenemos pues un contexto general que nada tiene de discutible.

Marco general

Definir salud y enfermedad trae de cabeza a los teóricos desde hace siglos sin que se haya llegado a un consenso [9]. El modelo oficial de la máquina estropeada cuenta con una fuerte disidencia que se refleja en el auge de las medicinas que solemos llamar alternativas o complementarias. Afín a estas es la BDC, que si bien tiene características propias comparte los postulados básicos con los modelos holistas y humanistas [10]. La asunción de unos u otros principios no debe considerarse una cuestión científica sino filosófica. Esto es, el vitalismo, o su oponente el mecanicismo (u otras opciones generales respecto a qué es el ser humano y en qué consiste el enfermar) no son hipótesis cuya demostración deba ser buscada sino postulados ontológicos de partida, anteriores a la ciencia. Y no hay duda de que la actitud de los usuarios de los servicios sanitarios, aunque filosóficamente sean partidarios de la biomedicina, encaja más con las asunciones del holismo y el humanismo, en el sentido de que al entrar en el hospital todos deseamos ser tratados con empatía y considerados organismos completos.

La curación es algo que hace el propio cuerpo

En contra de la creencia ingenua general, el agente de la curación es el propio organismo (la vis medicatrix naturae, o fuerza curativa de la naturaleza) y no las intervenciones profesionales. La mayoría de las acciones médicas pueden servir para promover o para facilitar los procesos de auto curación, pero no curan. La fractura no es curada por la traumatóloga, lo que esta hace es colocar los huesos y proporcionar un analgésico que haga más llevadera la (auto)regeneración de los tejidos. La lucha contra los virus tiene lugar entre el sistema inmunitario y el agente infeccioso, sin perjuicio de que algún fármaco pueda ayudar al bando adecuado. El efecto placebo no es sino una activación intencionada, a través de mecanismos que no están claros, de las naturales capacidades de auto sanación. La mayor parte de las propuestas terapéuticas no oficiales reconocen este principio y se basan en él, en tanto que sus intervenciones buscan activar los procesos auto-curativos, cada una según su modelo particular. En el caso de la BDC la forma de conseguir esto es desactivar programas de funcionamiento del organismo de los cuales la enfermedad forma parte.

La enfermedad como tentativa de curación

Puede postularse que lo que solemos llamar enfermedad no es sino el resultado del esfuerzo que el organismo está haciendo para curarse. La enfermedad sería la parte manifiesta de un proceso puesto en marcha para superar algún tipo de problema. Empezando también por los griegos, muchos autores han defendido versiones de esta misma afirmación. Hipócrates decía que la enfermedad refleja los intentos del organismo de restaurar el balance de los fluidos. De ahí precisamente que el juramento hipocrático exija primun nil nocere (lo primero, no dañar), que tiene el sentido de respetar lo que está ocurriendo. Se pueden ver compilaciones de estas ideas por ejemplo en Pizzorno y Snider [11] o François [12].

Asumimos de forma implícita este principio cuando entendemos que los vómitos y la diarrea no son la enfermedad sino procesos conducentes a deshacerse del agente infeccioso. La tos y la fiebre tampoco son el resfriado, sino procedimientos para librarse de los virus (por expulsión y por abrasamiento). Llevando más lejos esta tesis, toda enfermedad podría entenderse como el resultado de la adaptación a algún requerimiento, y por lo tanto un mecanismo de supervivencia. Verlo así cambiaría el foco sobre las causas del síntoma por la pregunta acerca del servicio que el síntoma está prestando (o prestó en algún momento del pasado), y por extensión a la gestión insuficiente que ha llevado al síntoma como mejor solución. En esta línea, la BDC entiende la enfermedad como componente de algún sistema de regulación más amplio que intenta mantener cubiertas las necesidades básicas.

La enfermedad como plena de significado

Si entendemos la enfermedad como la reacción del cuerpo a un atentado, entonces observar la enfermedad pondrá en la pista de cuál ha sido ese atentado. Técnicamente estaríamos en el terreno de la etiología. Las ciencias médicas suelen limitar el abanico de causas a las circunstancias próximas o materiales (todo aquello que pueda descubrirse mediante técnicas diagnósticas), y lo mismo ha ocurrido con la psicología de la salud, centrada sobre todo en riesgos también próximos si bien de naturaleza cognitivo-conductual, y señalando al estrés como el gran perturbador de la salud.

Sin embargo, cuando se pregunta a las personas qué las ha llevado a enfermar, no suelen limitarse a la presencia genérica de estrés o de tóxicos en sus vidas, sino que sus apreciaciones suelen presentar una riqueza narrativa y frecuentes referencias a la espiritualidad [13]. Las más de las veces, este tipo de información queda fuera de los consultorios, pues como bien señala Broom [14], tales pensamientos se revelan cuando el profesional pregunta, y generalmente no hay tiempo para ello. Cuando se hace, es probable que emerja una historia en la que la enfermedad encuentra su papel.

El principio general que sostiene la BDC (y la medicina psicosomática) es que la enfermedad puede entenderse como un choque vital que se expresa en el “soma”. Así, las particularidades de esa expresión (los síntomas y signos), llevan implícito el trauma o desafío que el organismo intenta superar y significan el esfuerzo llevado a cabo para adaptarse o superarlo.

Orígenes

La principal fuente teórica de la BDC son los trabajos del controvertido médico internista y teólogo alemán R. G. Hamer, que después de su propia experiencia como afectado por un cáncer desarrolló una interesante teoría sobre el origen vivencial de la enfermedad, si bien tan polémica como su propio autor.

A partir de averiguaciones basadas las historias clínicas de otros pacientes, enuncia su tesis en torno al convencimiento de que toda enfermedad comienza con un shock vital. La experiencia traumatizante llevará a una perturbación en alguna parte del cerebro; cuál sea esta dependerá de la naturaleza de la experiencia. Esta disfunción afectará a la regulación que el cerebro ejerce sobre las funciones del organismo. Si el trauma supera la capacidad de resolución de la persona, esta información cerebral seguirá vigente y llevará a la enfermedad. La curación debe pasar por la resolución del conflicto que está haciendo funcionar al cerebro con ese sesgo en concreto.

Hamer desarrolla su teoría en cinco axiomas que llama “leyes biológicas” de cierta complejidad y que definen fases de la enfermedad después del impacto, o la implicación de las diferentes capas embrionarias en función del tejido afectado. Es difícil encontrar bibliografía del propio autor, descatalogada probablemente por efecto de la disputa en torno a su persona. Hamer publicó sus ideas en 1987 con el título Krebs: Krankheit der Seele (Cáncer: enfermedad del alma) y puede leerse sobre sus cinco leyes en castellano fácilmente en internet, o bien en Mambretti y Séraphin [15] o Pfister [16].

Hamer protagonizó sonoros escándalos que no hicieron ningún bien al posible reconocimiento de sus tesis. En 1986 le fue retirada la licencia para ejercer la medicina en Alemania tras haber sido inculpado de muertes de pacientes tratados con sus métodos. También se le ha acusado de ideas políticas reprobables, de lo cual da testimonio el nombre con que bautizó su paradigma, “nueva medicina germánica”, respecto al que cabe preguntarse qué aporta el adjetivo “germánica”. Para evitar las acusaciones de antisemitismo de las que Hamer fue objeto (y parece que no sin razón, a la luz de algunos textos y declaraciones suyas), actualmente se habla simplemente de la “nueva medicina del Dr. Hamer”.

La posición intransigente de Hamer contra la medicina oficial tampoco le benefició. Actualmente los profesionales de su línea, y por extensión los de la BDC, procuran desmarcarse del fanatismo posicionándose en paralelo y no en confrontación con la medicina convencional. Así, se suele subrayar repetidamente que abrazar estos métodos no sustituye los tratamientos al uso.

A partir de la propuesta de Hamer, e inspirándose también en la programación neurolingüística, el enfermero francés Christian Fléche [17] conceptualiza y desarrolla la descodificación biológica como forma de entender y tratar la enfermedad. Desde entonces, su modelo se ha exportado y recibido denominaciones diferentes en torno a variaciones sobre la idea original, no exentas de litigios sobre marcas y autorías [18].

En qué consiste

Lo primero que hay que decir es que, en contra de lo que a veces parece seguirse de los escritos y de la publicidad, la BDC no es una forma de tratar enfermedades. Es una forma de entender el origen de las enfermedades. Los profesionales (que prefieren denominarse “acompañantes”) ayudan a sus clientes mediante muy variadas técnicas y procedimientos que toman de la psicología en su más amplio espectro. Su peculiar forma de entender la enfermedad es más acorde con determinadas técnicas psicológicas que con otras, pero ninguna de ellas es original o propia de la BDC.

La tesis principal descansa en el concepto básico de la supervivencia. El organismo reacciona o actúa al servicio de la mejor adaptación posible en un mundo variable y desafiante e intenta en última instancia sobrevivir. El funcionamiento del organismo debe entenderse como ligado a un orden natural consistente en la satisfacción de las necesidades básicas de seguridad, alimentación, abrigo, contacto, etc. En ese sentido, la BDC es heredera también de la idea de salud como equilibrio, entendiendo este como la coherencia con ese orden natural o, lo que sería lo mismo, la satisfacción de las necesidades (psico)biológicas.

Debe señalarse que el término “biológico” de la BDC está lejos del “bio”-médico convencional, que hace referencia a lo fisiológico y bioquímico. Es más cercano al concepto “psico-bio- lógico”, más integrador, que incluye los procesos fisicoquímicos, pero también aquello que el organismo hace, necesita, prevé, siente o teme, en un nivel consciente o inconsciente.

Pues bien, cuando se da una incongruencia entre las necesidades (psico-biológicas) y su satisfacción, o una circunstancia supera las capacidades de adaptación del organismo, se desencadenan procesos de compensación (también psico-biológicos) que serán los responsables últimos de la enfermedad. Así, en su origen el síntoma es un intento de contrarrestar desequilibrios o incoherencias que no ha sido posible manejar o integrar de otro modo. Dado este lazo entre el síntoma y el conflicto que lo originó, existe una similitud lógica o metafórica entre ambos. Es el momento de ilustrar con un ejemplo. Supongamos el nacimiento de un hermanito que, como suele ser habitual en las familias, genera una crisis o conflicto. Si este no se resuelve en los niveles de contacto interpersonal (a través de determinadas actuaciones por parte de los padres) puede derivar en que el niño que ya controlaba esfínteres vuelva a orinar en la cama. El profesional de la BDC podría hacer una hipótesis de la orina como un marcaje del territorio.

En este ejemplo, la perspectiva sanitaria oficial consideraría la enuresis nocturna un problema mental; para la BDC —que se coloca abiertamente al margen del dualismo al no hacer distinciones entre síntomas “psico” y síntomas “bío”— la enuresis infantil, una infección de orina o un tumor vesical serían interpretables de un modo parecido. El problema original (el nacimiento del nuevo miembro y lo que ocurre en torno a ese hecho) puede “inscribir” un sesgo mantenido en el funcionamiento del organismo (un programa) que hará que surjan nuevos síntomas en el futuro. Lo importante es que esos programas se pueden desactivar o “descodificar”. La desprogramación hará que el sesgo deje de actuar y llevará a la desaparición de los síntomas y a la curación.

Conflictos

La BDC sostiene entonces que la enfermedad es una solución biológica a un conflicto emocional. El término “conflicto” engloba cualquier desequilibrio, contradicción o violación de las exigencias vitales, esto es, las necesidades que deben satisfacerse para la supervivencia y el bienestar. El adjetivo “emocional” es tomado en sentido amplio, siendo más correcto extenderlo a “vida psíquica”. En este sentido la BDC adopta una postura radicalmente psicológica de la enfermedad. Posicionarse de este modo implica considerar a las personas como sujetos, es decir, no como receptores pasivos de gérmenes, tóxicos o genes, sino como actores en escenarios, sometidos a determinados imperativos naturales, al tiempo que intentando sobrellevar las vicisitudes vitales y en último término sobrevivir.

Existen según la BDC áreas diferentes en las que se pueden generar “conflictos”, y que constituyen un intento de clasificación basado en la experiencia psicológica que subyace al problema. Así tenemos los conflictos de desvalorización, los conflictos de separación, los de miedo, de “mancha” (suciedad, contacto), de nido (el lugar físico o metafórico en el que los hijos son alimentados y crecen), de movimiento contrariado (subyacentes al párkinson o a problemas de cadera), etcétera [19].

Que algo constituya un conflicto es una gran parte subjetivo o personal. También lo es el tipo de conflicto que puede desencadenar un mismo hecho. La llegada de un hermanito puede representar una experiencia de invasión de territorio, pero también de desvalorización (mamá ahora me quiere menos) o de separación (mamá ahora no está para mí). Con todo, la subjetividad no es ilimitada y existen unas líneas de conexión “psico-biológicas” naturales que permiten trazar ciertas líneas maestras. Por ejemplo, las subidas de triglicéridos o de tensión arterial se interpretan en primera instancia como estados de miedo y alerta; los problemas de contacto con los demás se manifestarán en la piel, un exceso de peso estaría relacionado con un sentimiento de desprotección (la grasa es un envoltorio eficaz), etcétera.

Los tejidos u órganos implicados en el conflicto sufrirán algún tipo de tensión, sobrecarga o disfunción, y pueden sufrir modificaciones dirigidas a contribuir a que el organismo sobrelleve mejor el problema de que se trate. Algunas de estas modificaciones pueden constituir enfermedades. Así, el cáncer puede interpretarse como un intento de solución ante la necesidad del órgano en cuestión de generar más tejido, o la laringitis una solución a la necesidad contrariada de expresar ideas que sería peligroso expresar, por poner dos ejemplos.

Programas

Si todo quedara aquí tendríamos una visión temporalmente limitada de la etiología de la enfermedad. Que una situación conflictiva (un encuentro social que nos incomoda) lleve a ciertas manifestaciones físicas (ruborizarse o tartamudear) es algo que sabemos por la experiencia más básica. La BDC postula sin embargo que los trastornos tienen un largo recorrido, y que lo revelador son conflictos anteriores que han dejado huella. Estos ocurren cuando somos pequeños y la BDC los llama “conflictos programadores”. Puede que aparentemente se resuelvan o simplemente pasen, pero originarán un programa. Más adelante, otros “conflictos desencadenantes” pueden hacer que el programa se active y los síntomas aparezcan. Así, el tartamudeo desatado por la situación embarazosa es testigo de un conflicto programador previo, consistente tal vez en una represión infantil de la expresión emocional (“los niños no lloran”). Un posible conflicto desencadenante de problemas urinarios podría ser una invasión del territorio actual por parte de un invitado no deseado. Cuál sea el conflicto desencadenante suele determinarse por el hecho de que los síntomas comiencen coincidiendo con su ocurrencia.

Los programas se pueden entender entonces como grabaciones de carácter permanente (que no inamovible), que determinan respuestas automáticas. Son, según la BDC, de naturaleza “cerebral” y consisten en definitiva en huellas mnémicas. La terminología tipo software, que alude a programar y desprogramar, borrar, reprocesar o implantar nuevos programas, parece tomada directamente de la programación neurolingüística, que bastantes profesionales de la BDC incluyen en su repertorio de técnicas de intervención.

El constructo “programa” implica la asunción finalista de que detrás de la enfermedad hay un plan del organismo intentando hacerse cargo de algún problema de naturaleza psicobiológica que comenzó antes de que los síntomas se manifestaran, que responde a una suerte de inconsciente biológico y que determina que ante determinadas situaciones de den unas reacciones y no otras. Asunciones de este tipo se hacen de continuo cuando nos movemos en el ámbito de lo mental o lo comportamental. Si las extendemos considerando que lo mental tiene contrapartidas físicas [20], estaríamos en el ámbito conceptual de la BDC.

La lógica bio-metafórica de la enfermedad

Los correlatos entre variables psicológicas y enfermedades que se han estudiado desde la psicología de la salud son bastante gruesos (por ejemplo, la personalidad Tipo A y su conexión con problemas cardiovasculares), y no existen otros paradigmas que ofrezcan un esquema desde el que pensar en relaciones más específicas. La BDC viene a rellenar esa laguna. La correspondencia entre enfermedades y vivencias tiene en primera instancia un carácter funcional, en tanto que es la perturbación de la funcionalidad o actividad del órgano ocasionada por el conflicto, trauma o adversidad la que genera la enfermedad.

Es indiscutible que la sobrecarga, el mal uso o demasiado poco uso de un órgano puede generar problemas en ese órgano. Lo peculiar es que la BDC aplica este principio de forma abiertamente metafórica. Por ejemplo, los problemas de estómago tendrían relación con aquello que no podemos digerir bien, pero la digestión se toma también con carácter figurado e interpretación abierta, incluyendo situaciones que no podemos “digerir”, o la cercanía de personas a las que “no tragamos”. Todo aquello que pueda considerarse alimenticio, en sentido amplio, puede por analogía generar problemas gástricos. A su vez, las metáforas son una forma de llegar a los conflictos psíquicos que subyacen a la enfermedad. Así, se han compilado “diccionarios” que establecen este tipo de relaciones —de modo apriorístico— y se buscan las posibles causas de la enfermedad a través de conexiones de naturaleza variada, y a veces bastante creativa, entre la función del órgano y las manifestaciones de enfermedad. El problema es que gran parte de esas conexiones son básicamente especulativas.

Esto conlleva problemas epistemológicos que no pueden ser pasados por alto. El sentido metafórico de muchos fenómenos corporales es culturalmente compartido y aceptado, y no es descabellado plantearse que una persona abrumada por el “peso” de sus problemas tienda a encorvar su espalda, y que de ahí podamos hipotetizar que se trata de una persona con cierto desvalimiento y tal vez con una historia de apoyos frágiles. Argumentar que los problemas hematológicos tengan que ver con conflictos con los nuestros lazos de sangre es mucho más aventurada, pero responde a una lógica metafórica parecida a la que aceptamos para hipótesis más simples. El problema se agrava cuando la hipótesis, además de arriesgada, carece de un recorrido fisiológico o anatómico aceptado por la visión mecanicista del funcionamiento del organismo.

Entre tanto, en ámbitos clínicos se aceptan sin muchas objeciones las hipótesis metafóricas, habida cuenta sobre todo de su evidente utilidad clínica. Por ejemplo, suele aceptarse de modo general que los problemas de anorexia (rechazo a alimentarse) están relacionados con problemas con la madre (la primera persona interesada en que nos alimentemos). Si en lugar de hablar de anorexia (un concepto mental o psicológico) habláramos de la delgadez extrema (una variable física o médica) estaríamos moviéndonos en una metáfora similar a las que nos propone la BDC.

Lo imaginario y lo simbólico

Otra premisa no menos controvertida de la BDC es la extensión de las correspondencias conflicto-enfermedad a través de los hilos de lo simbólico. Este principio alude a que el organismo reacciona de manera parecida a acontecimientos “reales” y a aquello que los simboliza, los representa o los recuerda. Es el mismo principio según el cual en la pesadilla sufrimos o gozamos de igual modo que si nos estuvieran ocurriendo los hechos soñados, que un recuerdo pueda desencadenar emociones y respuestas fisiológicas intensas, o que exista el efecto placebo (que no es otra cosa que una reacción a “como si” nos estuvieran administrando un medicamento).

En base a esto, el mismo tipo de alteración en un órgano puede ser desencadenada por un ataque real (un perro que se nos abalanza), por el anuncio de un ataque (el gruñido y los dientes amenazantes), por un ataque verbal (el jefe nos critica), por una amenaza futura (la previsión de que el jefe nos echará) o simbólica (la presencia de un arma). En psicología estos fenómenos son bien conocidos, e incluyen el muy básico condicionamiento pavloviano. El psicoanálisis por su parte ha defendido sin complejos el simbolismo de los síntomas (tanto neuróticos como psicosomáticos), que deben precisamente ser interpretados.

La BDC da en este caso también una vuelta más, pues recoge no solamente la posibilidad de reaccionar a símbolos, sino también la de que lo simbólico sea la propia reacción. Existen alusiones a este principio desde la psicología, si bien escasas. Broom et al. [21] definen la “enfermedad simbólica” como aquella en la que el proceso patológico o fenomenología clínica parece congruente con un significado subjetivo o historia personal del paciente. Por su parte Chiozza [22] ofrece ejemplos de enfermedades simbólicas. La angina de pecho sería un “auto- estrangulamiento” con la función de frenar algún afecto (y lo justifica a través de la importante función del corazón en los procesos neurovegetativos). La leucemia remite a un problema con la familia de origen, en la que estaría envuelta la memoria de la identidad más antigua, pre- cognitiva y anterior a la individuación, que desde un punto de vista inmunitario consiste en una selección de determinado tipo de linfocitos de entre los que caracterizan al clan. Algunos tratamientos de quimio o radioterapia consisten precisamente en la destrucción de la médula ósea, es decir, de la memoria molecular familiar.

La enfermedad informa

No solo la sabiduría popular defiende que el cuerpo “habla” y que conviene escucharlo, también lo hacen reconocidos autores [23]. Tampoco la BDC es original en esto. La enfermedad, como expresión del sesgo o la sobrecarga imprimida por el “conflicto”, informa de las soluciones que el organismo ha encontrado para afrontarlo. La amputación de una pierna imprimirá sin duda sesgos en la otra, que sufrirá más probablemente desgaste articular. Así, el engrosamiento óseo propio de la artrosis bien puede entenderse como una solución biológica al sesgo en el uso de la rodilla sana.

Si nos colocamos en el universo lógico que propone la BDC, las correspondencias simbólicas de las rodillas remitirían a conflictos de sometimiento. Las rodillas también pueden sobrecargarse por una actitud frente al mundo, por ejemplo, de negativa a arrodillarse, metafóricamente hablando. Los mecanismos que llevan de aquí a la artrosis son menos evidentes, si bien para el profesional de la BDC esta sería una aceptable hipótesis preliminar. El desgaste articular estaría informando no solamente de una sobrecarga anatómica, sino también de una forma de relacionarse con los demás, cuya historia sería interesante reconstruir para dar con las primeras experiencias que llevaron a aquel niño a rechazar insistentemente alguna forma de imposición.

Así, el síntoma sería al mismo tiempo un intento de solución (el signo visible del esfuerzo del organismo) y el canal de información al que asomarse para averiguar qué es lo que nos ha ocurrido o nos está ocurriendo en el plano de los conflictos, las incongruencias o las necesidades no satisfechas.

La intervención clínica

Si la enfermedad responde a un programa que se ha construido en el pasado, la forma de hacerle frente es desactivar tal programa (descodificar la enfermedad). Se trataría en último término de cambiar emociones o la memoria de ciertas emociones y existen muchas formas de conseguir esto, que dependen, más que de otra cosa, de la orientación terapéutica del propio profesional. Los ya citados Broom y Chiozzia consideran por ejemplo el psicoanálisis una buena forma de abordar las enfermedades médicas.

Con apuntábamos anteriormente, la BDC no cuenta con técnicas propias ni hay una terapéutica específica de descodificación. Las intervenciones son de naturaleza psicológica o bien se toman del campo de las medicinas alternativas, como el biomagnetismo. Son habituales las técnicas que comparten con el psicoanálisis el principio de extraer información inconsciente o “tomar conciencia”, dado que el programa que hace enfermar transcurre por cauces no conscientes a los que es conveniente acceder como primer paso para la sanación.

Este primer paso puede ser en ocasiones suficiente. Según la BDC, el propio hecho de entender los síntomas en el contexto de nuestra historia puede resultar sanador, en todo o en parte. No se trata tanto de alcanzar un conocimiento objetivo, amén de la dificultad de tal cosa (dada la naturaleza “construida” de todo el asunto), sino más bien de encontrar y dar sentido a lo que sea que haya imprimido el sesgo [24]. De acuerdo con esto, la primera actuación consistirá en rastrear la circunstancia pasada que pueda estar en relación con la enfermedad actual, y para ello se suele apelar a la lógica biológico-metafórica utilizando los indicios que ofrecen los síntomas interpretados desde las posibles funciones alteradas. El camino se recorre hacia atrás, observando el cuadro actual y retrocediendo en busca de empeoramientos y sus coincidencias en el tiempo, con el ojo puesto en la circunstancia original o “conflicto programador”.

Existen muchas pruebas de lo importante de entender en un proceso de curación [25] y muchas propuestas psicoterapéuticas incluyen la comprensión histórica de los problemas entre sus herramientas. Teniendo en cuenta que la memoria no pertenece al pasado, sino que todo recuerdo es una re-creación del pasado en el momento actual [26], la historia, efectivamente, se puede resolver y cambiar en el presente. No solo la BDC o la programación neurolingüística proponen esto; las actuales técnicas de reprocesamiento (EMDR o Brainspotting) parten de postulados parecidos, y la terapia narrativa sostiene abiertamente que al rememorar cambiamos [27]. El análisis del recorrido histórico de los síntomas y su integración en las circunstancias familiares es también una herramienta de muchos psicólogos sistémicos. No hay razones para negar que el síntoma médico pueda experimentar también mejorías mediante estos procesos.

Una vez que se re-conoce cuál ha podido ser la situación “programadora”, estarían indicadas técnicas que tienen como objeto liberar o mitigar las emociones que entendemos relacionadas con esa situación: la hipnosis, las técnicas de regresión o las visualizaciones guiadas [28, 29] entre otras. El acoplamiento de experiencias, descrito por Bleichmar [30] se sugiere en ocasiones (aunque no con este nombre) como mecanismo de cambio. Consiste en una inmersión subjetiva e intensa en los recuerdos de esa situación, introduciendo en la re-creación algún cambio que permita re-imaginarla con un final o con un argumento diferentes. Así, los recuerdos de vivencias impactantes pueden ser “acoplados” a un contexto de seguridad y de disponibilidad de recursos en un nivel profundo o pre-simbólico, a decir de los autores [31].

La efectividad de estas técnicas de “reinscripción” se basa en el carácter lábil de la memoria de los traumas, que al contrario que la memoria “normal”, no ha sido debidamente integrada [23] y cuya reestructuración es deseable. Es interesante señalar que las técnicas de reprocesamiento (v.g. EMDR), reconocidas como eficientes para este fin, no suelen formar parte del catálogo de la BDC.

Otra línea de intervención está relacionada con la denominada biogenealogía, o transmisión intergeneracional de los problemas, a la que la BDC es afín y de la que se hace eco [24]. La relevancia de la herencia familiar de traumas, conflictos sin resolver o formas de hacer ha sido objeto de interés por parte de la psicología desde hace décadas y ha generado conceptos como las lealtades familiares [32], la psicogenealogía [33] o las constelaciones familiares [34]. En consonancia con esto, muchos profesionales de la BDC utilizan técnicas entroncadas con el psicodrama y las esculturas familiares, también las propias constelaciones familiares, a su vez también objeto de cierta controversia [35].

Problemas

Terminología y puesta en escena

Un motivo por el que la BDC resulta rechazable en algunos sectores está relacionado probablemente con la excesiva psicologización de su discurso. El término “conflicto” remite a algo que debe ser resuelto, y por ende implica voluntades y responsabilidades propias o ajenas. Reformular las hipótesis en términos de sesgos, sobrecargas o incongruencias las haría menos chocantes y tal vez menos reduccionistas.

Más grave es que el discurso se aderece insistentemente espolvoreándolo con física cuántica. Así tenemos obras como la de Corbera y Rubio, Visión cuántica del transgeneracional o Descodificación cuántica de José Vaso, en las que el término es traído sin ningún rigor, imitando a Deepak Chopra (La curación cuántica), que viene a igualar “cuántico” con “extraordinario”. Se trata de pura semántica. El resonar de dos partículas que han estado en contacto previo, fenómeno que intriga y fascina a los físicos, no es la base teórica para entender que dos personas “resuenen”, esto es, que se resulten simpáticas o se atraigan. Son coincidencias lingüísticas cuya comparación sí supone un “salto cuántico” (dicho esto con retintín). Sin perjuicio de que existan aproximaciones estimulantes al respecto [36, 37] la alusión a la física cuántica como paradigma básico de la BDC cabe ser calificada de hueca, con la presunta intención de hacer parecer el discurso más científico (y consiguiendo lo contrario). Para sostener que los fenómenos más diversos pueden estar relacionados no es necesario apelar a la física cuántica, ya lo decían los griegos (symploké).

Hay muchos ejemplos de afirmaciones que sobrepasan la línea de la argumentación justificada. Por ejemplo, Marc Fréchet explora interesantes ideas en torno al síndrome de aniversario de Schützenberger [33] pero lo justifica en base a una suerte de “memoria celular” [38], si bien de forma exclusivamente retórica, puesto que no fundamenta sus afirmaciones en ningún fenómeno celular ni tisular, estando por lo tanto el adjetivo “celular” de sobra. En ciencia es legítimo utilizar ideas-puente para vadear partes de una tesis que no podemos completar, pero en el discurso cuidadoso esto debe hacerse con cautela. Hablar de memoria celular sin prestar ninguna atención a las células apunta más bien a una intención de encajar en la tendencia neurocentrista actual, en un intento de apariencia científica (mal entendida, dicho sea de paso, pues estudiar células no es más ni menos científico que estudiar sociedades o emociones).

Tampoco ayudan los vídeos y textos de divulgación de tono persuasivo, o con una oratoria tendente a la pretenciosidad, que se encuentran con frecuencia en internet. En algunos casos incluso parece que se culpabiliza al afectado de no querer sanar en tanto que no acepta las tesis del sanador [2]. Esto, unido a las acusaciones de pseudocientificidad (desgraciadamente desatadas en los tiempos que corren), pone en guardia a los movimientos anti-sectas.

Tampoco es infrecuente que el discurso se revista de espiritualidad, seguramente con intención de penetrar en determinado sector del público, pero espantando a los interesados en aspectos más prácticos. El apellido “arcaico” que en muchos textos suele acompañar a “conflicto” indica simplemente pasado, pero tiene connotaciones bien distintas. Hablar de significados “secretos” u “ocultos” de los síntomas otorga un halo de misterio a lo que se quiere decir, que es simplemente “inconsciente” o “automático”.

La comprobación

Que se hagan afirmaciones inusuales o se formulen hipótesis aventuradas no es reprochable sino de agradecer: se refuten o no, las propuestas desafiantes permiten el dinamismo y la innovación en la ciencia. La BDC nos introduce en un mundo metafórico inusual y chocante, si bien su idea central resulta intuitivamente plausible. El problema no es que sus hipótesis sean desacostumbradas, sino la despreocupación con que se formulan y cómo se tira para adelante como si estuvieran comprobadas. Seguramente muchos profesionales están en posesión de valiosa experiencia sobre logros clínicos, pero hasta el momento están sin documentar.

Aunque para otorgar validez a una teoría se necesita ir más allá de la observación clínica, sería un primer paso.

Las compilaciones de síntomas y enfermedades con sus posibles correspondencias en la vida emocional son compendios de hipótesis prometedoras que en su inmensa mayoría no están contrastadas. Veamos un ejemplo. Partiendo de la idea de Hamer de relacionar las enfermedades con la hoja embrionaria del órgano afectado, Fléche [17] afirma que el desarrollo de una parte del mesodermo es particularmente sensible a la actitud materna en el momento de conocer el embarazo, puesto que esta hoja se empieza a desarrollar aproximadamente en el momento de ausencia de la menstruación. Aceptando la tesis general de que la actitud y emociones de la madre pueden influir en el desarrollo del embrión (a través de cualesquiera mecanismos mediadores), el siguiente paso sería constatar si, de acuerdo con la hipótesis, las personas cuyas madres tuvieron dudas sobre si continuar con el embarazo tienden a padecer trastornos en los órganos desarrollados a partir esa capa (la dermis, el peritoneo, el pericardio, las meninges). No es fácil contar con muestras suficientemente amplias en las que constatar variables pasadas y difíciles de objetivar, pero no es imposible.

Abundando en la cuestión de las capas embrionarias, Hamer [39] hace una subdivisión del mesodermo en antiguo y nuevo, cuyos órganos subsiguientes estarían controlados por partes diferentes del sistema nervioso central (el cerebelo y la sustancia blanca cerebral respectivamente). Esta subdivisión no está recogida en los tratados de embriología, por lo que parece ser una idea original de Hamer. Pues bien, a pesar del esfuerzo empleado, la autora de este trabajo no ha dado con información sobre cómo Hamer la ha inducido o deducido. Peor aún es que los autores posteriores la den por buena aplicándola y reproduciéndola de forma acrítica sin preguntarse si se sostiene de algún otro modo que por la autoridad de quien la enunció. Se parece entonces a una verdad revelada, más propia de una doctrina que de una ciencia. Lo que diferencia a un científico es que siempre se pregunta ¿Cómo lo sabes?

La especificidad.

Escasas líneas de investigación se han atrevido a plantear unas conexiones tan concretas entre la naturaleza de las experiencias vividas y sus manifestaciones médicas, con la excepción quizá del efecto de fumar sobre el cáncer de pulmón. Desde la psicosomática, Alexander et al. [40] sí propusieron la asociación de determinados rasgos de personalidad con la probabilidad de unas afecciones físicas y no otras. Broom afirma tener una idea general del tipo de conflicto (psicoanalíticamente hablando) que encontrará detrás de un determinado problema físico [14]. La especificidad parece hacer sido tímidamente perseguida y es deseada, ya que encontrar vías para explorarla supondría un vuelco importante en el estudio de la salud. El problema es que tanto unas como otras son excesivamente especulativas. Si hasta ahora esta cuestión se ha abordado tan escasamente quizá sea a falta de un paradigma desde el que hacerlo. La metáfora del funcionamiento del órgano dañado es atrevida, pero sin duda verosímil, y las incursiones en ese campo deben ser bienvenidas si se hacen con la debida prudencia.

La cuestión del significado, la interpretación y la subjetividad

Los caminos que llevan de las vivencias a la enfermedad son necesariamente muy complejos, tanto en la parte “somática” (fisiología, bioquímica, anatomía) como en la que solemos llamar “psíquica” (la actividad del organismo, las emociones, los condicionamientos, los valores).

Como resultado, muchas explicaciones pueden ser posibles. Una gastritis puede ser indicador de alimentos (reales o metafóricos) que no se pueden digerir, pero también de conflictos familiares (a través del miedo a no ser alimentado), etcétera. La biología es plural y no digamos la psico-biología. Muchos caminos llevan a resultados parecidos y demasiados comienzos iguales llevan a destinos diferentes. Así las cosas, lo que hace el profesional en la práctica es ir explorando posibilidades, tomando como punto de partida ideas ya vertidas sobre los síntomas que tiene entre manos y dejando que el propio afectado encuentre alguna de ellas significativa o coincidente con su historia. Se puede reprochar esto a la BDC, que debería intentar sustraerse al “efecto horóscopo” (aportar hipótesis lo suficientemente variadas o ambiguas para que alguna sirva), en cuyo caso el reproche debería extenderse a cualquier consultorio de psicología, e incluso de medicina, donde es práctica habitual que se enuncien hipótesis preliminares que se van aceptando o desechando en el contraste con el sentir del interesado.

Lo cierto es que, si se respeta la voz del paciente, no se puede hacer psicología (ni medicina) de otra manera. Las vivencias no tienen un significado predeterminado. El impacto de los mismos hechos solo puede ser estudiado en el contexto del significado que uno les da, y no se dejan estudiar, ni siquiera estadísticamente, sin apelar y escuchar al sujeto. Aun dando por sentado esto, y reconociendo que cuando el objetivo es ayudar a la persona sufriente importa menos la formalidad metodológica, esta es inexcusable cuando se trata de fundamentar determinadas ideas comprobando su grado de veracidad y universalidad. La subjetividad hace mucho más complicada y difícil la investigación, pero no por ello debe dejar de hacerse. Para empezar serían suficientes comprobaciones estadísticas de ciertas tendencias que permitan sustentar los conocimientos más allá de la pura intuición.

Conclusiones

La idea principal de la BDC es que las emociones pueden promover cambios físicos que pueden derivar en enfermedades. Tales cambios representan un esfuerzo de adaptación que deja inscrito un programa que condiciona procesos del organismo a corto y largo plazo. El potencial que encierra esta tesis ha sido desoído por la medicina oficial y ha quedado al margen de la psicología de la salud, más interesada en los factores de riesgo conductuales o cognitivos. Solamente desde la medicina psicosomática ha habido tímidos intentos de indagar en la historia traumática y en la búsqueda de significados detrás de las afecciones tradicionalmente reservadas a la medicina.

Que los traumas dejen huellas que se manifiestan en lo físico no es una idea nueva ni misteriosa. La salud como congruencia con la satisfacción de las necesidades básicas psico- biológicas tampoco debería parecernos extraña, ni tampoco que la enfermedad es “eficaz” para algo y que forma parte de un programa de supervivencia [41]. El organismo no es una máquina que funciona o se estropea. Para los seres vivos existen cosas mejores y cosas peores. Lo que ocurre no les es indiferente. Hay música relajante y hay ruido infernal. Hay comida o hay hambre; hay amenazas o hay seguridad. Al margen de la idiosincrasia, existen preferencias y necesidades universales. Si se parte de la asunción de que los organismos vivos son sujetos psicológicos intentando cosas [20], es imposible ignorar la opción de que lo que nos ocurre y lo que hacemos nos enferma.

Una vez despierto ese “otro” sentido común biometafórico, resulta tentador y hasta lógico pensar que una enfermedad de la sangre tenga que ver con problemas en nuestros lazos de sangre, que una otitis irrumpa en un contexto en el que se dicen cosas que no deseamos oír, que los problemas en la piel remitan a cuestiones relacionadas con que nos toquen.

Probablemente exista una gran cantidad de evidencia clínica que permanece oculta porque no se repara en ella. Un primer acercamiento estructurado podría basarse en recabar opiniones de profesionales que pueda orientar sobre tendencias que puedan después estudiarse con más detalle. No en vano, lo que puso en la senda de la descripción del patrón de conducta Tipo A a los cardiólogos Friedman y Rosenman fue el desgaste del tapizado de las sillas de su sala de espera.

La antropóloga francesa Sarrandon-Eck [42] ha descubierto que muchas personas consideran intuitivamente el cáncer como la “cicatriz de un trauma”. Es posible que estemos dispuestos a aceptar hipótesis como las que propone la BDC porque nos proporciona un esquema desde el que entender con más precisión lo que ya pensábamos de forma imprecisa. En contra de lo que muchos detractores de lo alternativo argumentan, las más de las veces el acercamiento a estas propuestas no proviene de la desesperación ignorante sino de la curiosidad inconformista. Quien se deja engañar por sanadores sin escrúpulos será engañado también por farmacéuticos sin escrúpulos. El peligro no son los modelos alternativos, sino la ignorancia.

Referencias

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